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Pregunta:

¿Por qué siempre hay que encender velas en el altar? ¿Qué significado tienen? Arístides.

Respuesta:

La Ordenación General del Misal Romano establece:

«117. Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco. Sobre el altar, o cerca de él, colóquese en todas las celebraciones por lo menos dos candeleros, o también cuatro o seis, especialmente si se trata de una Misa dominical o festiva de precepto y, si celebra el Obispo diocesano, siete, con sus velas encendidas. Igualmente sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado. Los candeleros y la cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado pueden llevarse en la procesión de entrada. Sobre el mismo altar puede ponerse el Evangeliario, libro diverso al de las otras lecturas, a no serque se lleve en la procesión de entrada».

En el Caeremoniale Episcoporum también se pide que entre las cosas a tener listas en elsecretarium (especie de aula o salón, distinto de la sacristía, desde donde se sale para la procesión de ingreso) para la Misa con el obispo, se tengan siete (o al menos dos) candeleros con los cirios encendidos (CE, n. 125). El número siete, que indica perfección, tal vez destaque la plenitud del sacerdocio de la que participa el obispo.De hecho, el origen de este uso viene de la época de la liturgia estacional, en que el Papa, obispo de Roma, era acompañado de su séquito,turnándose para ello las siete divisiones o regiones de la Urbe romana. Quienes portaban los cirios encendidos eran los acólitos.

La costumbre de los dos cirios, proviene también de la procesión en que se acompañaba al Emperador o a algún personaje importante con todos los honores, lo que luego se aplicó al Santo Padre. Más tarde,se dejaron los cirios para alumbrar el altar, porque el altar es Cristo.

Tal vez en un comienzo los cirios tenían una función más bien práctica, porque la Misa se celebraba cuando todavía no había amanecido, o bien por las vigilias, o porque se celebraba en las catacumbas.Pero este no es el motivo principal, como escribe San Jerónimo a propósito de los cirios que se encendían para leer el Evangelio: «En todas las iglesias de Oriente se encienden cirios de día cuando se lee el Evangelio, no para ver claro, sino como señal de alegría y como símbolo de la luz divina de la cual se lee en el Salmo: vuestra palabra es la luz que ilumina mis pasos».

Por su parte, el n. 307 de la misma OGMR nos da el sentido de los cirios: «Los candeleros, que en cada acción litúrgica se requieren como expresión de veneración o de celebración festiva (cf. n. 117), colóquense en la forma más conveniente, o sobre el altar o alrededor de él o cerca del mismo…».

Hoy es frecuente ver que se coloquen los cirios de un solo lado del altar, lo cual empobrece mucho su sentido. El poner los cirios a ambos lados del altar tiene una simbología importante, sacrificial, dado que evoca el sacrificio que Dios mandó realizar a Moisés y a su pueblo entre dos luces (Ex 12, 6), o también lo del profeta Malaquías, desde donde sale el sol hasta el ocaso (como rezamos en la Plegaria Eucarística III), y también el Sal 113, 3: ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de Yahveh! 

Hermosísimas son las palabras de Romano Guardini evocando el sentido espiritual del cirio:

«Helo aquí sobre el candelero. Amplio y seguro se sienta su pie sobre el altar; el tronco se yergue robusto, macizo. El cirio estrechado en su vaina de bronce y sostenido en el disco colocado de plano se lanza hacia lo alto. Poco a poco su figura parece que rejuveneciera. Modelado con exquisita delicadeza, es no obstante macizo. Helo ahí siempre recto en el espacio, esbelto, en su pureza intacta: sin renunciar a sus colores de tonos pálidos. Por su inmaculada blancura y su forma esbelta, el cirio se distingue de todas las cosas que lo rodean. En lo más alto se cierne la llama. Y en ella el cirio transforma su carne purísima en luz cálida y luminosa. ¿No es verdad que su vista evoca en tu espíritu una idea de nobleza? ¡Mira!… Cómo se mantiene inmóvil, arrogantemente en su sitio sin titubear, todo purísimo. Todo en él nos dice: “¡Estoy dispuesto, estoy alerta!”. Y el cirio está, día y noche, allí donde debe estar: ante Dios. Nada de cuanto compone su ser escapa a su misión; nada frustra su fin: el cirio se entrega sin reserva. Está para eso: para consumirse. Y se consume cumpliendo su destino de ser luz y calor. “Pero, ¿qué sabe de todo eso el cirio -me dirás- si no tiene alma…?” Es verdad. Entonces tú debes darle una. ¡Haz del cirio el símbolo de tu propia alma!» (de Los signos sagrados).

P. Jon M. de Arza, IVE

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