Consejos finales para los que no aprecian el inmenso tesoro de la Santa Misa – San Leonardo de Porto Maurizio

Más leído esta semana

📖 Ediciones Voz Católica

Por otra parte, es preciso tener cuidado de que el que ayuda a Misa sea capaz de cumplir con su ministerio de una manera conveniente. Debe tener la vista mortificada y manifestar un exterior grave, modesto y piadoso: debe pronunciar las palabras clara-mente, sin apresurarse y a media voz; no en tono tan bajo que no le oiga el sacerdote, ni tan alto que incomode a los que celebran en otros altares. Por consiguiente, no deben ser admitidos ciertos niños desvergonzados, que están burlándose unos de otros durante la Misa y distraen al celebrante. Yo suplico al Señor se digne iluminar a los hombres sabios, e inspirarles la resolución de ocupar-se en un ministerio tan santo y meritorio. A las personas más distinguidas corresponde dar el ejemplo.

Para concluir, sólo me resta dar un saludable consejo que comprenda a seglares y sacerdotes. Dirigiéndome a los primeros, les digo: Si queréis recoger frutos abundantísimos del santo sacrificio de la Misa, asistid a ella con la mayor devoción. Por todo este opúsculo he insistido más de una vez sobre este punto; y ahora, al terminar, insisto todavía y con más eficacia, si cabe. Asistid, pues, con devoción a la Santa Misa, y si lo encontráis bueno, utilizad este librito, practicando exactamente lo que se prescribe en el capítulo segundo. Haciéndolo así, os aseguro pues tengo la experiencia por testigo) que bien pronto experimentaréis en vuestro corazón un cambio muy notable, y palparéis las inmensas utilidades que redundan en beneficio de vuestra alma.

En cuanto a vosotros, sacerdotes del Señor permitidme que, con mi frente pegada al polvo, os dirija una súplica. Os ruego, por las entrañas de Nuestro Señor Jesucristo, que toméis la firme y constante resolución de celebrar todos los días la Santa Misa. Si en la primitiva Iglesia los mismos seglares no dejaban pasar un solo día sin comulgar, ¿con cuánta mayor razón debemos creer, que los sacerdotes celebraban diariamente? “Cada día ofrezco a Dios el Cordero sin mancha”, dijo SAN ANDRÉS APÓSTOL, dirigiéndose al tirano. SAN CIPRIANO[1] escribió en una carta las palabras siguientes: “Nosotros, los sacerdotes, que celebramos y ofrecemos a Dios todos los días el Santo Sacrificio”. SAN GREGORIO EL GRANDE refiere de Casiano, obispo de Narni, que teniendo éste la piadosa costumbre de celebrar diariamente, Dios Nuestro Señor encargó a uno de sus capellanes le dijese en su nombre que se portaba muy bien, que su piedad le era muy agradable, y que por ella recibiría una recompensa magnífica en el reino de los cielos.

Por el contrario, ¿quién será capaz de comprender, ni menos de expresar, el daño que causan a la Iglesia los sacerdotes que sin impedimento legítimo y sólo por pura negligencia, omiten la celebración del adorable Sacrificio? Y no crea el sacerdote indevoto que pueda alegar como excusa, para no decir Misa, las muchas ocupaciones de que está rodeado. El BEATO FERNANDO, arzobispo de Granada y ministro del reino a la vez, estaba siempre ocupadísimo, y sin embargo celebraba todos los días la Santa Misa. Advertido en cierta ocasión por el cardenal Toledo de que la Corte murmuraba porque, a pesar de verse abrumado de tantos negocios, no quería privarse de celebrar un solo día, el Siervo de Dios le respondió: “Ya que Sus Altezas pusieron sobre mis débiles hombros una carga tan pesada, necesito un poderoso apoyo para no sucumbir. ¿Y dónde lo encontraré mejor que en el santo sacrificio de la Misa? Allí adquiero toda la fuerza y el vigor necesarios para llevar mi carga”.

Hay sacerdotes que, apoyándose en cierta humildad omiten celebrar todos los días la

Santa Misa. SAN PEDRO CELESTINO[2], a consecuencia de la sublime idea que había forma-do de este augusto Misterio, quiso abstenerse de la celebración diaria; pero un santo Abad, de cuyas manos había recibido el hábito religioso, se le apareció, y en tono de autoridad le dijo: “¿Encontrarás en el cielo un serafín que sea digno de ofrecer a Dios el tremendo sacrificio de la Misa? Dios eligió, para ministros suyos, no Ángeles, sino hombres; y como tales están sujetos a mil imperfecciones. Humíllate, pues, muy profundamente, pero no dejes de celebrar un solo día, porque ésta es la voluntad de Dios”.

Sin embargo, y a fin de que la frecuencia no disminuya el respeto, todo sacerdote debe esforzarse en imitar a los Santos que brillaron especialmente por la modestia y fervor con que subían al altar. El ilustre arzobispo de Colonia, SAN HERIBERTO, manifestaba al celebrar una devoción tan extraordinaria, que hubiéraselo tenido por un ángel bajado del cielo. SAN LORENZO JUSTINIANO[3] estaba como fuera de sí cuando decía la Santa Misa. Pero SAN FRANCISCO DE SALES parece descollar sobre todos. Jamás se vio un sacerdote que subiese al altar con más dignidad, con más respeto y recogimiento; desde que se revestía de los ornamentos sagrados no se ocupaba de ningún pensamiento extraño al tremendo Sacrificio; y en el momento en que ponía el pie sobre la primera grada del altar, se notaba en él un no sé qué de celestial, que asombraba y era el embeleso de todos los circunstantes.

Si estos ejemplos os parecen muy sublimes, adoptad la práctica de SAN VICENTE FERRER[4]. Este gran Santo, que celebraba todos los días antes de subir a la cátedra del Espíritu Santo, tenía sumo cuidado de acercarse al altar con dos disposiciones importantísimas. Para conseguir la primera, recurría todas las mañanas a la santa Confesión. Yo quisiera que hicierais lo mismo, sacerdotes fervorosos, que, celebrando los mismos misterios buscáis el medio de dar a Dios la mayor satisfacción posible. ¡Cosa extraña! se ve a muchos emplear medias horas en la lectura de ciertos libritos a fin de prepararse para el Santo Sacrificio, mientras que haciendo un corto examen y excitándose al dolor de los pecados de la vida pasada, su-puesto que no hubiese otra materia, confesándose, podrían adquirir una grande pureza de alma. Ved aquí, sacerdotes del Señor, la preparación más excelente, y cuya práctica os aconsejo. No menospreciéis este aviso que os doy, así como daría mi vida por vuestra salvación. ¡Ah! ¡Qué tesoro de méritos adquiriréis por este medio! ¡Qué gracias me daréis cuando nos encontremos en la dichosa eternidad!

Para obtener la segunda disposición, San Vicente Ferrer quería que el altar estuviese adornado con cierta magnificencia. Como celebraba ordinariamente en presencia de una numerosa asistencia, exigía la limpieza y decencia más exquisitas en las vestiduras sagradas y en todo lo que servía al Santo Sacrificio. No se me oculta que la pobreza a que se ven hoy reducidas las iglesias, las excusa de tener ricos ornamentos de seda y tisú; pero ¿podrá dispensarlos de la decencia y limpieza que se requieren? Mi Padre SAN FRANCISCO DE Asís tenía tanto celo por los divinos misterios, que a pesar de su amor a la pobreza exigía, sin embargo, la mayor decencia y aseo en las sacristías, en el altar, y sobre todo en las vestiduras sagradas que sirven inmediatamente al Santísimo Sacramento. A todo esto añadiré, que la SANTÍSIMA VIRGEN, para darnos a entender la necesidad de esta limpieza exterior, en una de sus revelaciones a Santa Brígida, le dijo: “La Misa no debe celebrarse sino con ornamentos que puedan inspirar devoción por su limpieza y decencia”.

Procuremos, pues, sacerdotes del Altísimo, celebrar la Santa Misa con estas dos disposiciones: limpieza exterior, y sobre todo la pureza del alma. Celebremos todos los días el Santo Sacrificio con el fervor y modestia con que celebraríamos, si toda la Corte celestial asistiese visiblemente. De esta manera daremos gloria y alabanza a la Santísima Trinidad, proporcionaremos alegría a los Ángeles, perdón a los pecadores, auxilios de gracia a los justos, alivio y sufragio a las almas del purgatorio, a toda la Iglesia bienes inmensos, y a nosotros mismos la medicina y remedio de todas nuestras necesidades. Por último, yo abrigo la confianza de que si celebramos con recogimiento, y sobre todo con una viva fe y un gran fervor, los seglares se determinarán a asistir devotamente todos los días al Santo Sacrificio, y nosotros tendremos el consuelo de ver renovarse entre los cristianos el fervor de los primeros fieles, y Dios será honrado y glorificado. Ved ahí el único objeto que me propuse al escribir este opúsculo, a que doy fin rogándoos recéis por mí una sola Ave María[5].

El tesoro escondido de La Santa Misa – San Leonardo de Porto Maurizio

[1] SAN CIPRIANO (circa 200-258) : Obispo de Cartago, uno de los Padres de la Iglesia latina, cuyos escritos “resplandecen más que el sol”, al decir de San Jerónimo.

Apóstol y maestro de la Romanidad y del amor a la Iglesia: “No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia por madre”, escribe en el más hermoso de sus opúsculos, el “De Catholicae Ecclesiae unitate” (251).

Mártir en la octava persecución, la de Valeriano, el 14 de septiembre de 258, el mismo día, aunque no el mismo año que el Papa San Cornelio (251-253).

Festividad de ambos: el 16 de setiembre. (N. del E.).

[2] SAN PEDRO CELESTINO 0 SAN PEDRO DE MORRONE (1215-1296), Papa SAN CELESTINO V (1294): Undécimo de doce hermanos, anacoreta y eremita, fundador de la Congregación de los Celestinos (1264), rama benedictina aprobada por Gregorio X en 1274 y suprimida a fines del siglo XVIII.

Estando la barca de la Iglesia sin su supremo pastor durante más de dos años (4 de abril de 1292: muerte de Nicolás IV, el primer papa franciscano), Celestino, que vivía consagrado a la oración y a la penitencia en las soledades del monte Morrone, fue electo Papa sin su conocimiento, el 5 de julio de 1294.

Después de cinco meses y seis días, convencido de su ineptitud, abdicó solemnemente al pontificado el 13 de diciembre de 1294. Diez días después, era elegido sucesor el gran pontífice BONIFACIO VIII (1294-1303) —propugnador del primado pontificio con todas sus prerrogativas—, quien ratificó la validez de la abdicación de Celestino V, insertando la bula de dimisión del pontífice en el Cuerpo del Derecho Canónico.

En razón del “gran rechazo” de Celestino a la tiara pontificia, DANTE lo hunde en el infierno:

“vidi e conobbi L’ombra di colui

che fece per viltá lo gran rifiuto”.

(Infierno 3, 59-60; cfr. 27, 104-105).

Canonizado por Clemente V el 5 de mayo de 1313. Festividad: 19 de mayo. (N. del E.).

[3] SAN LORENZO JUSTINIANO (1381-1456): Escritor ascético, primer patriarca de Venecia (1451).

Su reforma de costumbres del clero se adelantó en un siglo a las del Concilio de Trento y desmiente los pretextos invocados por Lutero. “En España, en Italia, en Francia, en la misma Alemania, los santos se anticiparon a los herejes y por el camino recto. Los siglos XIV y XV son testigos de la aparición de varios milla-res de libros titulados DE REFORMATIONE ECCLESIAE IN CAPITE ET IN MEMRRIS (Sobre la reforma de la Iglesia en la cabeza y en los miembros)” (A. Montero).

Canonizado por Alejandro VIII en 1690. Festividad: 5 de setiembre. (N. del E.).

[4] SAN VICENTE FERRER (1350-1419): Famoso predicador, misionero y taumaturgo español, nacido en Valencia, de la orden de Santo Domingo.

Sólido teólogo tomista y profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, a sus sermones acudían multitudes de hasta quince mil personas. Contemporáneos del Santo refieren que, predicando en su valenciana lengua nativa, le entendían por igual gentes de muy diversas naciones.

Recorrió misionando toda Europa y convirtió a millares de judíos. Todos los días cantaba la misa solemne y luego pronunciaba el sermón, que solía durar dos o tres y hasta seis horas, como un Viernes Santo en Toulouse.

Contribuyó notablemente para la terminación del mal llamado “Cisma de Occidente” (1378-1417).

Canonizado en 1455 por Calixto III, el papa valencia-no a quien, según la tradición, San Vicente le profetizó la tiara pontificia y el honor de canonizarlo.

Festividad: 5 de abril. (N. del E.).

[5] El autor se halla en el número de los bienaventurados, que no necesitan de nuestras oraciones, y por consiguiente puede ayudarnos eficazmente con las suyas. Es preciso, pues, invocarlo devotamente, a fin de que nos alcance la gracia de aprovecharnos de sus lecciones y ejemplos. (N. ed. 1924).

 

Seguir Leyendo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.