Cuanto merece ser amado Jesucristo por el amor que nos mostró en su Pasión – San Alfonso María de Ligorio

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SI quis non amat Dominum Iesum Christum, sit anathema
Si alguno no ama al Señor, sea anatema (I Cor, XVI, 22).

Toda la santidad y perfección del alma consiste en amar a Jesucristo, Dios nuestro, sumo Bien y Salvador. El Padre -dice el propio Jesús- os ama porque vosotros me habéis amado [1]. «Algunos -expone San Francisco de Sales- cifran la perfección en la austeridad de la vida, otros en la oración, quiénes en la frecuencia de sacramentos y quiénes en el reparto de limosnas; mas todos se engañan, porque la perfección estriba en amar a Dios de todo corazón». Ya lo decía el Apóstol: Y sobre todas estas cosas, revestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección [2]. La caridad es quien une y conserva todas las virtudes que perfeccionan al hombre; por eso decía San Agustín: «Ama, y haz lo que quieras», porque el mismo amor enseña al alma enamorada de Dios a no hacer cosa que le desagrade y a hacer cuanto sea de su agrado.

¿Por ventura no merece Dios todo nuestro amor? Él nos amó desde la eternidad. Hombre, dice el Señor, mira que fui el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera el mundo había sido creado, y ya te amaba yo. Te amo desde que soy Dios; desde que me amé a mí, te amé a ti. Razón tenía, pues, la virgencita Santa Inés cuando, al pretenderla por esposa un joven que la amaba y reclamaba su amor, le respondía: «¡Fuera, amadores de este mundo!; dejad de pretender mi amor, pues mi Dios fue el primero en amarme, ya que me amó desde toda la eternidad; justo es, por consiguiente, que a Él consagre todos mis afectos y a nadie más que a Él».

Viendo Dios que los hombres se dejan atraer por los beneficios, quiso, mediante sus dádivas, cautivarlos a su amor, y prorrumpió: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor» [3]. Quiero obligar a los hombres a amarme con los lazos con que ellos se dejan atraer, esto es, con los lazos del amor, que no otra cosa son cuantos beneficios hizo Dios al hombre. Después de haberlo dotado de alma, imagen perfectísima suya y enriquecida de tres potencias, memoria, entendimiento y voluntad, y haberle dado un cuerpo hermoseado con los sentidos, creó para él el cielo y la tierra y cuanto en ellos hay: las estrellas, los planetas, los mares, los ríos, las fuentes, los montes, los valles, los metales, los frutos y todas las especies de animales, a fin de que, sirviendo al hombre, amase éste a Dios en agradecimiento a tantos beneficios. «El cielo, la tierra y todas las cosas me están diciendo que te ame», decía San Agustín. Señor mío, proseguía, todo cuanto veo en la tierra y fuera de ella, todo me habla y me exhorta a amaros, porque todo me dice que vos lo habéis creado por mí. El abate Rancé, fundador de la Trapa, cuando desde su eremitorio se detenía a contemplar las colinas, las fuentes, los regatillos, las flores, los planetas, los cielos, sentía que todas estas criaturas le inflamaban en amor a Dios, que por su amor las había creado.

También Santa María Magdalena de Pazzi, cuando cogía una hermosa flor, se sentía abrasar en amor divino y exclamaba: «¿Con que Dios desde toda la eternidad pensó en crear esta florecita por mí?»; así que la tal florecilla se trocaba para ella en amoroso dardo que la hería suavemente y unía más con Dios. A su vez, Santa Teresa de Jesús decía que, mirando los árboles, fuentes, riachuelos, riberas o prados, oía que le recordaban su ingratitud en amar tan poco al Creador, que las había creado para ser amado de ella. Se cuenta a este propósito que a cierto devoto solitario, paseando por los campos, se le hacía que hierbezuelas y flores le salían al paso a echarle en cara su ingratitud para con Dios, por lo que las acariciaba suavemente con su bastoncico y les decía: «Callad, callad; me llamáis ingrato y me decís que Dios os creó por amor mío y que no le amo; ya os entiendo; callad, callad y no me echéis más en cara mi ingratitud».

Mas no se contentó Dios con darnos estas hermosas criaturas, sino que, para granjearse todo nuestro amor, llegó a darse por completo a sí mismo: Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito [4]. Viéndonos el Eterno Padre muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿qué hizo? Por el inmenso amor que nos tenía, o, como dice el Apóstol, por su excesivo amor, mandó a su amadísimo Hijo a satisfacer por nosotros y devolvernos así la vida que el pecado nos había arrebatado [5]. Y, dándonos al Hijo -no perdonando al Hijo para perdonarnos a nosotros-, junto con el Hijo nos dio toda suerte de bienes, su gracia, su amor y el paraíso, porque todos estos bienes son ciertamente de más ínfimo precio que su Hijo [6].

Movido, además, el Hijo por el amor que nos tenía, se nos entregó completamente [7]. Y, para redimirnos de la muerte eterna y devolvernos la gracia divina y el paraíso perdido, se hizo hombre y se vistió de carne como nosotros [8]. Y vimos a la majestad infinita como anonadada [9]. El Señor del universo se humilló hasta tomar forma de esclavo y se sujetó a todas las miserias que el resto de los hombres padecen.

Pero lo que hace más caer en el pasmo es que, habiéndonos podido salvar sin padecer ni morir, eligió vida trabajosa y humillada y muerte amarga e ignominiosa, hasta morir en cruz, patíbulo infame reservado a los malhechores [10]. Y ¿por qué, pudiéndonos redimir sin padecer, quiso abrazarse con muerte de cruz? Para demostrarnos el amor que nos tenía [11]. Nos amó, y porque nos amó se entregó en manos de los dolores, ignominias y muerte la más amarga que jamás hombre alguno padeció sobre la tierra.

Razón tenía el gran amador de Jesucristo, San Pablo, al afirmar: El amor de Cristo nos apremia [12], que equivalía a decir que le obligaba y como forzaba más a amar a Jesucristo, no tanto por lo que por él había padecido, cuanto el amor con que lo había sufrido. Oigamos cómo discurre San Francisco de Sales acerca del citado texto: «Saber que Jesucristo, verdadero eterno Dios omnipotente, nos ha amado hasta querer sufrir por nosotros muerte de cruz, ¿no es sentir como prensados nuestros corazones y apretados fuertemente, para exprimir de ellos el amor con una violencia que cuanto es más fuerte es tanto más deleitosa?». Y prosigue: «¿Por qué no nos abrazamos en espíritu a Él, para acompañarle en la muerte de cruz, ya que en ella quiso morir por nuestro amor?… Un mismo fuego consumirá al Creador y a su miserable criatura; mi Jesús es todo mío y yo todo suyo. Viviré y moriré sobre su pecho, y ni la muerte ni la vida serán poderosas para separarme de Él. ¡Oh amor eterno!, mi alma os busca y os elige para siempre. Venid, Espíritu Santo, e inflamad nuestros corazones en vuestro amor. ¡O amar o morir! ¡Morir y amar! Morir a todo otro amor para vivir en el de Jesús y así no morir eternamente, y viviendo en nuestro amor eterno, ¡oh Salvador de las almas!, cantaremos eternamente: ¡Viva Jesús! ¡Yo amo a Jesús! ¡Viva Jesús, a quien amo! ¡Yo amo a Jesús, que vive y reina por los siglos de los siglos! Amén».

Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo I

[1] Ipse enim Pater amat vos, quia vos me amastis (Io., XVI, 27).

[2] Super omnia autem haec, caritatem habete, quod est vinculum perfectionis (Col., III, 14).

[3] In funiculis Adam traham eos, in vinculis caritatis (Os., II, 4). –Con cuerdas humanas: es decir, de bondad.

[4] Sic enim Deus dilexit mundum ut Filium suum unigenitum daret (Io., III, 16).

[5] Propter nimiam caritatem suam qua dilexit nos, et cum essemus mortui peccatis, convivificavit nos in Christo (Eph., II, 4, 5).

[6] Qui etiam proprio Filio suo non pepercit, sed pro nobis omnibus tradidit illum, quomodo non etiam cum illo omnia nobis donavit? (Rom., VIII, 32).

[7] Dilexit nos et tradidit semetipsum pro nobis (Gal., II, 20).

[8] Et Verbum caro factum est (Io., I, 14).

[9] Semetipsum exinanivit formam servi accipiens… et habitu inventus ut homo (Phil., II, 7).

[10] Humiliavit semetipsum, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis (Phil., II, 8).

[11] Dilexit nos et tradidit semetipsum pro nobis (Eph., V, 2).

[12] Caritas Christi urget nos (II Cor., V, 14).

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Comentarios 1

  1. Maria Vilca Figueredo dice:

    Deleitarte asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón.
    Sal.37

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