En que consiste la vida interior – Juan Bautista Chautard

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Cuando utilizo las expresiones vida de oración, contemplación, vida contemplativa, quiero dar a entender la vida interior normal y asequible a todos, y no los estados extraordinarios de oración que estudia la teología mística, como los éxtasis, arrobamientos, visiones, etc.

Para precisar mejor en qué consiste la vida interior hará falta recordar algunas verdades básicas:

Primera verdad. Mi vida sobrenatural es la Vida de Jesucristo en mi alma, por la Fe, la Esperanza y la Caridad.

Esta presencia del Señor no es la presencia real propia de la Eucaristía, sino una presencia de acción vital, como la que ejerce el corazón sobre el resto del cuerpo. Acción íntima, que ordinariamente Dios oculta a mi alma para aumentar el mérito de mi fe. Acción habitualmente insensible para mis facultades naturales, que debo aceptar por la Fe. Acción divina compatible con mi libertad, la cual se sirve de las causas segundas (acontecimientos, personas y cosas) para darme a conocer Su voluntad y aumentar mi participación en la vida divina.

Esta vida es inaugurada por el bautismo al ponerme en estado de gracia, se perfecciona por la Confirmación, se recupera en el Sacramento de la Reconciliación, y es sostenida y acrecentada por la Eucaristía. Es mi vida cristiana.

Segunda verdad. Por esta vida Jesucristo me comunica su Espíritu. Y así viene a ser el principio superior de mi obrar, por el cual, si no le pongo obstáculos, pienso, juzgo, amo, quiero, sufro, y trabajo con El, por El y como El.

Mis acciones exteriores vienen a ser la manifestación de esta vida de Jesús en mí. De este modo puedo llegar al ideal de VIDA INTERIOR que nos propone San Pablo con su ejemplo: No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí.

La vida cristiana, la piedad, la vida interior y la santidad no se diferencian esencialmente; son los diversos grados de un mismo amor; el crepúsculo, la aurora, la luz y el esplendor de un mismo sol.

La vida interior es el estado de alma que se esfuerza por vivir siempre en conformidad con el Evangelio y los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida interior supone dos movimientos. Por un lado, el alma se aleja de todas aquellas criaturas que le puedan ser contrarias a la vida de la gracia: es el «desapego de las criaturas». Por otro lado, el alma tiende a unirse con Dios: es la «conversión hacia Dios».

El alma desea ser fiel a la gracia que le ofrece nuestro Señor en cada momento, para vivir en unión con El: El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto (Juan 15,5).

Tercera verdad. No podré adquirir esta vida interior si no me esfuerzo por creer, con una fe cierta y concretada en detalles, en la presencia activa de Jesús en mí.

El ha de ser para mí una realidad viva, cada vez más real, que penetre toda mi vida. Así Jesús será mi luz, mi ideal, mi consejo, mi apoyo, mi ayuda, mi fuerza, mi medicina, mi consuelo, mi alegría, mi amor, en una palabra mi vida, y así adquiriré todas las virtudes.

Cuarta verdad. En proporción a mi amor a Dios irá aumentando mi vida sobrenatural, por una nueva infusión de la gracia que obra la presencia de Jesús en mí. El amor de Dios se puede aumentar por los siguientes medios:

1º Por el ofrecimiento a Dios de los actos meritorios: virtudes, trabajo, sufrimientos, renuncias, pobreza, humillaciones, abnegación, oración, misa, actos de devoción a María Santísima, etc. En cada cosa, persona, acontecimiento, Jesús mío, te haces presente a mí en todo momento. Tú te ocultas bajo esas apariencias y me pides mi colaboración para poder acrecentar tu vida en mí.

Jesús se presenta a mi alma en el momento presente y me invita a hacer Su voluntad. Quiere que le mire a El, y no a mí mismo o a las criaturas.

2º Por la frecuencia de los sacramentos, sobre todo, la Eucaristía y el Sacramento de la Reconciliación.

Quinta verdad. La triple concupiscencia —de la carne, de los ojos, del orgullo de la vida— que causó en mí el pecado original y que yo acreciento con cada uno de mis pecados, establece en mí principios de muerte opuestos a la vida que Jesús me regala, pudiendo no sólo disminuirla, sino llegar a suprimirla por el pecado mortal.

Pero mis inclinaciones naturales, mis sentimientos, y aun las tentaciones más violentas y prolongadas, no pueden afectarme —y esta es una verdad consoladora— con tal que mi voluntad no consienta en ello. Más todavía, mi vida interior se acrecienta si yo persevero en este combate espiritual.

Sexta verdad. Si yo no colaboro con la gracia y no me aprovecho de los medios que Dios me da para acrecentarla, mi entendimiento se oscurecerá y mi voluntad se debilitará en sumo grado, disminuyendo mi vida interior e incluso haciéndome caer en la tibieza espiritual. La pereza, la falta de recogimiento, la superficialidad… todo lo que sea pactar con el pecado venial, me va disponiendo para el pecado mortal, poniendo en peligro mi salvación.

Esta tibieza es muy distinta de la sequedad y aun del tedio que experimentan a veces aun contra su voluntad las almas fervorosas. Las faltas veniales cometidas por fragilidad, y que, apenas cometidas, son también combatidas y detestadas, tampoco engendran tibieza de la voluntad.

 

El alma de todo apostolado -Juan Bautista Chautard

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