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Que nosotros tenemos una inclinación a amar a Dios sobre todas las cosas

Si hubiese hombres que viviesen en aquel estado de integridad y rectitud original en que estuvo Adán cuando fue creado, aunque no tuviesen, de parte de Dios, otro auxilio que el que da a cada criatura para que pueda hacer las acciones que le son convenientes, no sólo sentirían la inclinación a amar a Dios sobre todas las cosas, sino también podrían realizar esta tan justa tendencia; porque, así como este divino autor y dueño de la naturaleza coopera y ayuda, con su mano poderosa, al fuego para que suba hacia lo alto, y a las aguas para que corran hacia el mar, y a la tierra para que gravite hacia abajo y se detenga al llegar a su centro; de la misma manera, habiendo plantado Él mismo, en el corazón del hombre, una natural y singular inclinación, no sólo a amar el bien en general, sino, además, a amar en particular y sobre todas las cosas a su divina bondad, la mejor y la más amable de todas, exigiría la suavidad de su soberana providencia que ayudase a estos dichosos hombres, que acabamos de mencionar, con tantos auxilios cuantos fuesen necesarios para que esta inclinación pudiese ser practicada y realizada.

Y este auxilio, por una parte, debería ser natural, como conveniente a una naturaleza inclinada al amor de Dios, en cuanto es autor y soberano dueño de la naturaleza, y, por otra parte debería ser sobrenatural, como correspondiente a una naturaleza adornada, enriquecida y honrada con la justicia original, que es una cualidad sobrenatural, procedente de un especialísimo favor de Dios.

Pero el amor sobre todas las cosas, que se practicaría con estos auxilios, se llamaría natural, porque las acciones virtuosas reciben su nombre de sus objetos y motivos, y este amor, del cual hablamos, tendería a Dios solamente en cuanto es conocido como autor, señor y supremo fin de toda criatura por la sola luz natural, y por consiguiente, como amable y estimable sobre todas las cosas por inclinación y propensión natural.

Ahora bien, aunque el estado de nuestra naturaleza humana no está ahora dotado de aquella salud y rectitud natural que poseía el primer hombre cuando fue creado, sino que, al contrario, hayamos sido, en gran manera, corrompidos por el pecado, es cierto, empero, que la santa inclinación a amar a Dios sobre todas las cosas se ha conservado en nosotros, como también la luz natural por la que conocemos que su soberana bondad es amable sobre todas las cosas, y no es posible que un hombre, al pensar atentamente en Dios, con sólo el discurso natural, no sienta un cierto movimiento de amor a Dios, que la secreta inclinación de nuestra naturaleza suscita en el fondo de nuestro corazón, y por el cual, a la primera aprensión de este primero y soberano objeto, la voluntad queda prevenida y se siente excitada a complacerse en él.

Ocurre con frecuencia entre las perdices, que se roban mutuamente los huevos para incubarlos, ya sea por la avidez que sienten de ser madres, ya sea por la ignorancia, que les impide conocer los huevos propios. Y he aquí una cosa extraña, pero bien comprobada, a saber, que el perdigón que ha salido del huevo y se ha criado bajo las alas de una madre ajena, en cuanto oye por primera vez la voz de la verdadera madre, que puso el huevo del cual ha nacido, deja a la perdiz ladrona y se dirige hacia su primera madre, y ya en pos de ella, por la correspondencia que guarda con su primer origen, correspondencia que antes no aparecía, sino que permanecía oculta, escondida y como dormida en el fondo de la naturaleza, hasta el momento del encuentro con su objeto, por el cual excitada y como despertada de repente, produce su efecto e inclina el apetito del perdigón hacia su primordial deber.

Lo mismo ocurre, Teótimo, con nuestro corazón; porque, aunque haya sido incubado, sustentado y criado entre las cosas corporales, bajas y transitorias, y, por decirlo así, bajo las alas de la naturaleza, sin embargo, a la primera mirada que dirige hacia Dios, al primer conocimiento que de Él recibe, la natural y primera inclinación a amar a Dios, que estaba como aletargada y era como imperceptible, despierta al instante, y aparece inopinadamente como una chispa que surge de entre las cenizas, la cual, al tocar a nuestra voluntad, le comunica un impulso del amor supremo, debido al primer principio de todas las cosas.

San Francisco de Sales,

Tratado del Amor de Dios  (Libro Primero, cap XVII)

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Comentarios 3

  1. Mirta dice:

    Hermoso texto. Me agrado lo narrado de la perdiz, sus huevos y los pichones. Mensaje entendible y claro.
    Gracias, gracias, gracias. bendiciones

  2. Diana Peregrina Carrizo dice:

    Hermoso texto , bueno saber que aún con nuestra naturaleza herida y con inclinación al pecado así también prevalece en nuestro interior el amor hacia nuestro creador .

  3. Maria Victoria Cano Roblero dice:

    Por sobre todo lo que prevalece es el amor, pues Dios es amor y todo fue creado en El y para El.

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