Su sonrisa, su optimismo, vienen del Cielo

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He encontrado en mi camino uno de esos apóstoles ardientes, siempre alegre a pesar de sus fatigas y de sus fracasos. Le he preguntado el secreto de su vida. Un poco sorprendido me ha abierto su alma; he aquí su secreto

“Usted me pregunta cómo se equilibra mi vida, yo también me lo pregunto. Estoy cada día más y más comido por el trabajo: correspondencia, teléfono, artículos, visitas; el engranaje terrible de los negocios; congresos, semanas de estudios, conferencias prometidas por debilidad, por no decir ‘no’, o por no dejar esta ocasión de hacer el bien; presupuestos que cubrir; resoluciones que es necesario tomar ante acontecimientos imprevistos. La carrera a ver quién llegará el primero en tal apostolado urgente, en que la victoria materialista aún no es definitiva. Soy con frecuencia como una roca golpeada por todos lados por las olas que suben. No queda más escapada que por arriba. Durante una hora, durante un día, dejo que las olas azoten la roca; no miro el horizonte, sólo miro hacia arriba, hacia Dios.

¡Oh bendita vida activa, toda consagrada a mi Dios, toda entregada a los hombres, y cuyo exceso mismo me conduce para encontrarme a dirigirme hacia Dios! Él es la sola salida posible en mis preocupaciones, mi único refugio.

Las horas negras vienen también. La atención tiranteada continuamente en tantas direcciones, llega un momento en que no puede más: el cuerpo ya no acompaña la voluntad. Muchas veces ha obedecido, pero ahora ya no puede… La cabeza está vacía y adolorida, las ideas no se unen, la imaginación no trabaja, la memoria está como desprovista de recuerdos. ¿Quién no ha conocido estas horas?

No hay más que resignarse, durante algunos días, algunos meses, quizás algunos años, a detenerse. Ponerse testarudo sería inútil: se impone la capitulación; y entonces, como en todos los momentos difíciles, me escapo a Dios, le entrego todo mi ser y mi querer a su providencia de Padre, a pesar de no tener fuerzas ni siquiera para hablarle.

¡Ah, y cómo he comprendido su bondad aun en estos momentos! En mi trabajo de cada día, era a Él a quien yo buscaba, pero me parece que aunque mi vida le estaba entregada, yo no vivía bastante para Él… Ahora sí… en mis días de sufrimiento, yo no tengo más que a Él delante de mis ojos, a Él solo, en mi agotamiento y en mi impotencia.

En Dios me siento lleno de una esperanza casi infinita. Mis preocupaciones se disipan. Se las abandono. Yo me abandono todo entero entre sus manos. Soy de Él y Él tiene cuidado de todo y de mí mismo. Mi alma por fin reaparece tranquila, serena. Las inquietudes de ayer, las mil preocupaciones porque ‘venga a nosotros su Reino’, y aun el gran tormento de hace pocos momentos ante el temor del triunfo de sus enemigos… todo deja sitio a la tranquilidad en Dios, poseído inefablemente en lo más espiritual de mi alma. Dios, la roca inmóvil, contra el cual se rompen en vano todas las olas; Dios, el perfecto resplandor que ninguna mancha empaña; Dios, el triunfador definitivo, está en mí. Yo lo alcanzo con plenitud al término de mi amor. Toda mi alma está en Él, durante un minuto, como arrebatada en Él, y luego dulcemente, seguramente, como si los combates de la vida y las inseguridades e incertidumbres me hubieran completamente abandonado. Estoy bañado de su luz. Me penetra con su fuerza. Me ama.

Yo no sería nada sin Él. Simplemente yo no sería. Y he aquí que me ha dado naturaleza y ser, y pasando su vida por encima de mis pecados, que Él ha cubierto, he aquí que me ha divinizado.

Yo lo conozco, yo lo amo con el conocimiento con el que Él se conoce, con el amor con el que Él se ama. Estoy lejos, muy lejos, de los ruidos del mundo y de sus negocios. Estoy en Él, por encima de mí mismo, como si no fuera un pecador, como si yo no lo hubiera rechazado jamás, como si hubiera sido siempre de su familia.

El optimismo que, en esos días de triunfo del mal, me había abandonado, ha vuelto (San Ignacio “sin esperanza”). La Iglesia triunfa en cada uno de sus hijos. En primer lugar, en los que se han entregado a ella… y en los cuales se establece, invadiéndolo todo, el Reino de Dios; [luego] en los que se revuelven contra ella, pero que vuelven de vez en cuando a pedir perdón, y cuyo último instante, a pesar de todos los desfallecimientos, será un instante de plegaria y de amor.

La Iglesia de Dios se establece y triunfa por el trabajo heroico de sus santos; por la plegaria de sus contemplativas, encerradas en vida; por la aceptación de las madres a la obra de la naturaleza, y que van a realizar en su hogar la obra de la ternura y de la fe; por la educación del que enseña y por la docilidad del que escucha; por las horas de fábrica, de navegación, de campo al sol y a la lluvia; por el trabajo del padre que cumple así su deber cotidiano; por la resistencia del patrón, del político o del dirigente de sindicato a las tentaciones del dinero, al acto deshonesto que enriquece; por el sacrificio de la viuda tuberculosa que deja niñitos chicos y se une con amor a Cristo crucificado; por la energía del jocista, que sabe permanecer alegre y puro en medio de egoístas y corrompidos; por la limosna del pobre que da lo necesario… La Iglesia, en todo momento, se construye y triunfa…

No, no es la hora de desesperar. Dios se sirve aun de sus enemigos para establecer su Reino. Su voluntad no es totalmente mala, su razón no está totalmente obscurecida. Cuando ven y quieren el bien, lo que ciertamente hacen, construyen también con nosotros, son instrumentos de Dios.

Si no nos cansamos de iluminarlos y de ayudarlos, triunfaremos también de los bárbaros de hoy”.

Hasta aquí mi amigo. Se calla, como avergonzado de haberse abierto tan profundamente. Siento que no tiene más que decirme, pero he comprendido su lección..: Si lo encuentro siempre alegre, siempre valiente, no es porque le falten dificultades, sino porque en medio de ellas sabe siempre escaparse hacia Dios. Su sonrisa, su optimismo, vienen del Cielo.

 

San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios

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Homilética

Comentarios 6

  1. Itzel Susana dice:

    Así sea con la gracia de Dios en cada uno de los corazones de los hijos de Dios que nacemos por medio de su Espíritu Santo para que nuestro Ser Hacer Iglesia vaya instaurando su reino en el aquí y ahora de nuestra historia para gloria suya salvación del hombre y santficacion nuestra siendo luz y Sal en el mundo.

  2. Nelly Rochel dice:

    Que profunda y cierta reflexión. En medio del caos de la vida o dificultades, necesitamos mirar al cielo, detenernos para encontrarnos con Él. Gracias.

    • Lidia Puerto Lopez dice:

      Hermosa, experiencia. Me he identificado con algunas. Bendito sea el Señor, que nos de siempre esa voluntad para seguir luchando.

  3. Monica dice:

    Qué hermoso ejemplo del Padre Hurtado…entrega, abandono, confianza a este Dios que es todo amor, paz , alegría. Él es nuestra fuerza, nuestro consuelo, nuestra paz…a quien iremos?…

  4. PEPE SANTOS dice:

    Una de las más hermosas reflexiones que he meditado. Muchas gracias San Alberto Hurtado

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