La palabra “pre-cursor” (del lat. cursor: corredor y este del gr. πρόδρομος pródromos) significa “el que corre delante de otro”. En medicina, esta palabra se la utiliza para designar los síntomas o malestares que anuncian una enfermedad.
Aunque San Juan Bautista fue un “malestar” para muchos porque su vida y su palabra ponían en evidencia el pecado de los hombres, sin embargo venía para anunciar la salvación, más aún, al mismo Salvador.
San Gregorio Taumaturgo, en una homilía que se le atribuye, recrea un pequeño diálogo entre el Bautista y Cristo:
“[Juan Bautista decía:] En tu presencia, Señor, no me puedo callar, porque «yo soy la voz, y la voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí?» (Mt 3,3.14).
Cuando yo nací borré la esterilidad de la que me dio a luz; y cuando era un recién nacido, llevé el remedio para el mutismo de mi padre, recibiendo de ti la gracia de este milagro. Pero tú, nacido de la Virgen María de la manera que tú has querido y que solo tú conoces, no has borrado su virginidad y la has protegido añadiéndole el título de madre; ni su virginidad ha impedido tu nacimiento, ni tu nacimiento ha ensuciado su virginidad”.
También podríamos hacer una analogía entre el Bautista y la Virgen Santísima:
- La Virgen dio a luz a la Luz “que viene a este mundo para iluminar a todos los hombres”.
Juan es llamado “testigo de la luz”: el Evangelio de San Juan, ya desde los primeros versículos del prólogo, nos lo presenta así, y es interesante la recurrencia de la palabra “testimonio”:
6 Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.
7 Éste vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
8 No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
15 Juan dio testimonio de él…
El mismo Jesús lo llamó “antorcha que ardía y alumbraba” (Jn 5, 35).
- La Virgen, en Caná, señaló a Cristo “Haced lo que Él os diga”, y los sirvientes de la boda lo siguieron hasta donde estaban las tinajas…
Juan señaló a Cristo a orillas del Jordán: “Este es el Cordero de Dios” y algunos de sus discípulos lo siguieron hasta el lugar donde Él moraba, y se quedaron con Él.
- La Virgen, ante el misterio de Cristo, se humilla llamándose “esclava del Señor”.
Juan, ante la manifestación del Salvador a quien él precedía, dijo: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”. Y sus palabras no fueron pura retórica, sino que disminuyó hasta desaparecer, como una lámpara que se apaga. Y supo desaparecer alegrándose de que Otro creciera: “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido” (Jn 3, 29).
- Todo en María es relación a Jesús: su Inmaculada Concepción, su plenitud de gracia, su Virginidad perpetua, todo en ella es don de Dios en función de Cristo.
También Juan es pura relación a Cristo. Su nacimiento milagroso, su santificación en el seno materno, y toda su existencia se orientó a preparar el camino al Verbo Encarnado. Por eso, cuando los enviados de los sacerdotes de Jerusalén le preguntan “¿Qué dices de ti mismo?”, él ni siquiera da su nombre, sino que describe su vocación esencial: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Jn 1, 22-23). E inmediatamente desvía la atención de ellos hacia Aquel a quien tenían que mirar: “Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado” (Jn 1, 26-27).
Que también nosotros sepamos imitar este ejemplo de la Virgen y del Bautista. Que nuestras vidas sean un testimonio luminoso de la gracia de Cristo, pero de tal modo que los que nos miren no se queden en nosotros, sino que vayan como por instinto a Jesucristo. Que, como hicieron la Madre de Cristo y su Precursor, aprendamos a desaparecer sin aplausos, sin que nadie note siquiera que desaparecemos.
Madre María del Espíritu Santo