“«No tengo otro medio de probarte mi amor—dice Teresita a Jesús— que el de echar flores; es decir, no desperdiciar ningún sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; aprovecharme de las pequeñas cosas, aun de las más insignificantes, haciéndolas por amor… Quiero sufrir por amor y también gozar por amor. Así echare flores delante de tu trono. No hallare flor en el camino que no deshoje para ti...»[1].
Así es el heroísmo de la pequeñez, completamente impregnado de amor, al que Dios no deja de proporcionar el alimento cotidiano adaptado a sus fuerzas y necesario para su desarrollo, desde los pequeños alfilerazos del principio de la vida religiosa hasta las dolorosas purificaciones y las últimas pruebas que aseguraron su consumación”[2].
Santa Teresita tuvo la genialidad de esconder, bajo la dulce imagen de la flor, la más grande vida de sacrificio por amor al Esposo Cristo. Así la describe el P. María Eugenio del Niño Jesús: “no es más que un pequeño doctor, de conceptos tan sencillos, que nos parecen pobres; pero nos conquista por la luz tan elevada y tan sencilla de la que están llenas sus palabras, por su vida y su amor que desbordan”[3].
Una vez más vemos una gran semejanza de la Santa con el Doctor místico San Juan de la Cruz, de la cual doctrina ella estaba impregnada, que también habla de las obras del alma como “flores” que, atadas por el “cabello”, que es el amor, forman una guirnalda.
Así suenan las canciones 30 y 31 del Cántico espiritual:
“De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas,
en tu amor florecidas
y en un cabello mío entretejidas
En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello
y en él preso quedaste
y en uno de mis ojos te llagaste”.
Al explicar en el verso “en tu amor florecidas” dice: “La flor que tienen las obras y virtudes es la gracia y virtud que del amor de Dios tienen, sin el cual no solamente no estarían floridas, pero todas ellas serían secas y sin valor delante de Dios, aunque humanamente fuesen perfectas. Pero porque él da su gracia y amor, son las obras floridas en su amor”[4]. O en palabras de Santa Teresita con el texto ya antes citado: «echar flores; es decir […] aprovecharme de las pequeñas cosas, aun de las más insignificantes, haciéndolas por amor… […] No hallaré flor en el camino que no deshoje para ti».
Y cuando explica “en las frescas mañanas escogidas” dice: “[…] También se entiende aquí por las frescas mañanas las obras hechas en sequedad y dificultad del espíritu, las cuales son denotadas por el fresco de las mañanas del invierno, y estas obras hechas por Dios en sequedad de espíritu y dificultad son muy preciadas de Dios, porque en ellas grandemente se adquieren las virtudes y dones; y las que se adquieren de esta suerte y con trabajo por la mayor parte son más escogidas y esmeradas y más firmes que si se adquiriesen sólo con el sabor y regalo del espíritu; porque la virtud en la sequedad y dificultad y trabajo echa raíces, según Dios dijo a san Pablo (2 Cor. 12, 9), diciendo: La virtud en la flaqueza se hace perfecta”[5].
Sabemos que Santa Teresita pasó la mayoría de sus años en el Carmelo en gran sequedad espiritual, pero este verse débil fue lo que hizo nacer su caminito de infancia espiritual, haciendo de su debilidad una gran fortaleza. Es más, “la fortaleza del alma es uno de los rasgos más característicos de la fisonomía moral de Santa Teresa del Niño Jesús. Un espíritu de fortaleza invencible anima toda su espiritualidad. Con motivo del proceso de canonización, su hermana Celina había pensado incluso primero, en agrupar todas sus virtudes en torno a la virtud de la fortaleza. Antes de ir «a velas desplegadas por las corrientes de la confianza y del amor» escribe la santa: «Sufría entonces penas interiores de toda clase, que me sentía incapaz de explicar»[6]. Y una vez ya descubierto el caminito dirá: «Ahora ya no tengo deseo alguno, a no ser el de amar a Jesús con locura. Sí, sólo el amor me atrae. Ya no deseo ni el sufrimiento ni la muerte; y, no obstante, me atraen ambos… Durante mucho tiempo los he solicitado como mensajeros de alegría… Ahora, sólo me guía el abandono. Ya no sé pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios en mi alma»[7].
“Consciente de su fragilidad, Teresa no se entrega a la ascesis brillante que reviste apariencias de fuerza o de heroísmo. ¿Va a renunciar entonces a todo esfuerzo a causa de su pequeñez? No, ciertamente. Todo lo que Dios le impone mediante leyes, acontecimientos, deberes de estado, es prueba y mensaje de su amor. Su debilidad no le da derecho a acobardarse, aunque la tarea sobrepase las fuerzas humanas, porque Dios da siempre gracia y fuerza para aquello que pide. Así, ¡con qué atención despierta acecha todos los deseos divinos, incluso los menores! ¡Con qué fidelidad escrupulosa y con qué celo de perfección realiza tanto las grandes como las más humildes obligaciones de la vida cotidiana para expresar así a Dios, en todo momento, su amor!
Teresa oculta el sufrimiento de esas pruebas bajo una sonrisa. ¿No es acaso la sonrisa la característica por excelencia del rostro de un niño?
«Cantaré, escribe, […] cantaré, aunque tenga que recoger mis flores entre espinas, y mi canto será tanto más melodioso cuanto mas largas y punzantes sean las espinas»[8]. Ocultar el sufrimiento, para no cargarlo sobre los demás, es una delicada obra de caridad. Santa Teresa amaba esta virtud de un modo especial, «porque se ama a Dios en la medida en que se la practica»[9] y porque es la virtud de Dios, que es Amor. Esa es la enseñanza práctica de Teresa del Niño Jesús. Mensaje de una niña, de «una pobre nulidad insignificante, nada más»[10], que nos dice que Dios es Amor, que quiere difundir las llamas de su amor en nuestras almas y que podemos ser transformados y consumidos por su amor haciéndonos «humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiando, hasta la audacia, en su bondad de Padre»[11]”[12].
«Cuanto más íntimo es el sufrimiento, menos aparece a los ojos de las criaturas, más os alegra, ¡oh Dios mío! Pero si por un imposible vos mismo tuvierais que ignorar mi sufrimiento, me sentiría aún dichosa de poseerlo; si con ello podía impedir o reparar una sola falta cometida contra la fe…»[13]. “Estas últimas palabras nos muestran otro rasgo de la ascesis de infancia espiritual, que hay que destacar. El niño es impotente y no podría franquear las distancias o realizar actos importantes y difíciles más que llevado por su madre y sostenido por ella. Teresa no puede hacer nada, ni siquiera amar, sino con el amor de Dios[14]. Pero el niño tiene un privilegio, un don propio, porque pertenece a su debilidad: el de la delicadeza y de la sonrisa. Cuanto más tierno es el tallo, más flexible es la flor; cuánto más pequeña es la flor, más cautivadores son sus encantos. Apenas esbozada la sonrisa en los labios del niño, su rostro queda iluminado y despierta irresistiblemente la simpatía: «Cuando brilla su dulce mirada, hace brillar todos los ojos», dice el poeta. En Teresa del Niño Jesús, esta delicadeza y sonrisa de niño han sido cultivadas sobrenaturalmente y maravillosamente purificadas a medida que el amor se desarrollaba en su alma. Se han convertido en la expresión de su amor y en su rostro, en el desquite sublime de su impotencia, al mismo tiempo en la prueba más evidente de la plenitud del amor”[15].
Característico es pues de Santa Teresita un gran amor manifestado en las pequeñas cosas, y lo podemos perfectamente comparar con la ya citada canción de San Juan de la Cruz. En la anotación para la canción 31 escribe: “y el cabello del amor del alma es, como hemos dicho, el que ase y une con ella esta flor de las flores, pues, como dice el Apóstol (Cl. 3, 14), el amor es la atadura de la perfección, la cual es la unión con Dios y el alma el acerico donde se asientan estas guirnaldas, pues ella es el sujeto de esta gloria, no pareciendo el alma ya lo que antes era, sino la misma flor perfecta con perfección y hermosura de todas las flores; porque con tanta fuerza ase a los dos, es a saber, a Dios y al alma, este hilo del amor y los junta, que los transforma y hace uno por amor, de manera que, aunque en sustancia son diferentes, en gloria y parecer el alma parece Dios, y Dios el alma”.
“San Juan de la Cruz subraya que Dios queda prendado del alma por la pureza de su mirada y también al ver volar uno de sus cabellos, el cabello del amor fuerte que entreteje las virtudes: “Este cabello suyo es su voluntad de ella y amor que tiene al Amado, el cual amor tiene y hace el oficio que el hilo en la guirnalda. Porque, así como el hilo enlaza y ase las flores en la guirnalda, así el amor del alma enlaza y ase las virtudes en el alma y las sustenta en ella; porque, como dice san Pablo (Cl. 3, 14), es la caridad el vínculo y atadura de la perfección. Dice un cabello solo, y no muchos cabellos, para dar a entender que ya su voluntad está sola en él desasida de todos los demás cabellos que son los extraños y ajenos amores. En lo cual encarece bien el valor y precio de estas guirnaldas de virtudes; porque cuando el amor está único y sólido en Dios (cual aquí ella dice) también las virtudes están perfectas y acabadas y floridas mucho en el amor de Dios porque entonces es el amor que él tiene al alma inestimable, según el alma también lo siente” [16]. En Santa Teresita del Niño Jesús podemos ver claramente la aplicación de que “este cabello suyo es su voluntad de ella y amor que tiene al Amado” cuando escribe lo que hemos ya citado: … «Sólo el amor me atrae […] Ya no sé pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios en mi alma»
La Santa cita literalmente este texto de San Juan de la Cruz en una carta a Leonia aplicándola a la actividad de amor de su camino de infancia. “«Sepamos —le escribe— retener prisionero a ese Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que un cabello puede operar ese prodigio nos muestra que los actos más pequeños, hechos por amor, son los que cautivan su corazón… ¡Ah! ¡Que dignos de lastima seriamos si hubiera que hacer cosas grandes!… Pero tenemos suerte porque Jesus se deja encadenar por las más pequeñas»[17]. El amor, en efecto, tiene el deber de expresarse por algo más que por la mirada; debe realizar acciones. La actividad del amor en Teresa del Nino Jesus se queda en una actividad de niño, pero una actividad que busca su perfección en un amor potente y delicado, tenue y fuerte como un cabello, que anima y une sus actos”[18].
Escribe el P. Philipon que también “es conocido el clásico pasaje del Cántico espiritual en que San Juan de la Cruz nos advierte de que «el más pequeño acto de amor es más útil a la Iglesia que la multitud de las obras». «En la noche de la vida seremos juzgados sobre el amor». En la adquisición de este sentido primordial del amor, «Teresita» seguía una buena escuela. Su maestro preferido fue San Juan de la Cruz. Durante dos años la joven carmelita no tuvo «otro alimento» que esta doctrina mística en la que aprendió la excelencia sin par de esta vida de amor. Por tanto, cuando su prima Guérin le pregunta, Sor Teresa del Niño Jesús, en plena posesión de su doctrina espiritual, le responde sin vacilar: «Me preguntas un medio para llegar a la perfección. Sólo conozco uno: el amor»[19]”. “En la espiritualidad teresiana como en el Evangelio, el amor lo es todo. La Santa de Lisieux ha hecho de él «el centro de su doctrina y de su vida. Jamás quiso conocer otra ley ni otro principio de acción que el amor. A sus ojos, «sin el amor, todas las obras, aún las más brillantes, son pura nada»[20]”[21]. Y esto se remonta a la explicación de San Juan de la Cruz al decir cómo sin el “cabello” que es el amor, todas las otras obras y virtudes se desata la “guirlanda hecha por Dios y el alma: “es la caridad el vínculo y atadura de la perfección. De manera que en este amor del alma están las virtudes y dones sobrenaturales tan necesariamente asidos que, si quebrase, faltando a Dios luego se desatarían todas las virtudes y faltarían del alma, así como quebrado el hilo en la guirnalda, se caerían las flores. De manera que no basta que Dios nos tenga amor para darnos virtudes, sino que también nosotros se le tengamos a él para recibirlas y conservarlas”[22].
“[…] Toda su doctrina espiritual —lo que llamaba su «caminito»— se reduce al amor, a la confianza, a la humildad. «Con el amor —decía— no sólo avanzo, sino vuelo». Quiso grabar en su escudo de carmelita esta máxima de San Juan de la Cruz: «El amor no se paga más que con amor»[23]”[24].
“El 29 de julio de 1894 la comunidad sorteó algunas máximas piadosas. El billete que le tocó en suerte decía: «Si a cada instante os preguntasen: «¿qué hacéis?», vuestra respuesta debería ser: «Amo». En el refectorio, «Amo». En el trabajo, «Amo»; etc. Guardó hasta la muerte este billete que le placía en extremo. Me dijo: «Es el eco de mi alma. Hace mucho que entiendo así el amor y me esfuerzo en practicarlo»[25]” […] «Una sola cosa hemos de hacer acá abajo: amar, amar a Jesús con todas las fuerzas de nuestro corazón y salvarle almas para que sea amado. No le neguemos nada. Tiene tanta necesidad de amar»[26]”[27].
“Aprovechaba las pequeñas mortificaciones ocasionales que no pueden perjudicar a la salud y se las imponía siempre y en todo tiempo. Prácticas mínimas, sin duda; pero Dios muestra tanta potencia en la creación de lo infinitamente pequeño como en la creación de lo infinitamente grande; y me parece que Sor Teresa manifestó precisamente su fuerza en la multiplicidad de actos débiles y microscópicos, si así podemos expresarnos”[28]. “Me dediqué sobre todo a los pequeños actos de virtud bien ocultos. Así, gustaba de doblar los mantos olvidados por las Hermanas y buscaba mil ocasiones de prestarles servicio”[29]. Y es esto también lo que aconsejaba, como vemos por ejemplo en una carta a su hermana Celina: «Si eres siempre fiel en agradarle en las cosas pequeñas, él se verá obligado a ayudarte en las grandes…»[30]. Tal es la nueva forma de heroísmo a que conduce el camino de infancia espiritual; santidad oculta que se afirma en la fidelidad silenciosa y sonriente entre mil detalles cotidianos que constituyen la trama de una existencia ordinaria en que las acciones brillantes son raras; en que, por lo contrario, pululan las ocasiones de continua renuncia. Todo el heroísmo de pequeñez consiste en transformar estos «actos microscópicos» en testimonios de «puro amor»”[31].
“No todo el mundo puede ayunar, disciplinarse ni llevar a cabo acciones brillantes; pero todo el mundo puede amar, y Dios no pide más: para llegar a ser santo no es necesario realizar cosas extraordinarias, sino hacerlo todo por amor”[32].
Después de afirmar la importancia de este “cabello” que es el amor, sigue San Juan de la Cruz: “[…] mirástele en mi cuello y en él preso quedaste y en uno de mis ojos te llagaste”.
«[…] En decir que el Amado consideró en el cuello volar este cabello, da a entender cuánto ama Dios al amor fuerte; porque considerar es mirar muy particularmente con atención y estimación de aquello que se mira, y el amor fuerte hace mucho a Dios volver los ojos a mirarle[33]. […]Hasta aquí no había Dios mirado este cabello para prendarse de él, porque no le había visto solo y desasido de los demás cabellos de otros amores y apetitos, aficiones y gustos, y así no volaba solo en el cuello de la fortaleza; más, después que por las mortificaciones y trabajos y tentaciones y penitencia se vino a desasir y hacer fuerte, de manera que ni por cualquiera fuerza ni ocasión quiebra, entonces ya le mira Dios y prenda y ase en él las flores de estas guirnaldas, pues tiene fortaleza para tenerlas asidas en el alma. […][34].
¡Oh cosa digna de toda acepción y gozo, quedar Dios preso en un cabello! La causa de esta prisión tan preciosa es el haber Dios querido pararse a mirar el vuelo del cabello, como dicen los versos antecedentes; porque, como hemos dicho, el mirar de Dios es amar; porque, si él por su gran misericordia no nos mirara y amara primero, como dice san Juan (1 Jn 4, 10), y se abajara, ninguna presa hiciera en él el vuelo del cabello de nuestro bajo amor, porque no tenía él tan alto vuelo que llegase a prender a esta divina ave de las alturas; más porque ella se bajó a mirarnos y a provocar el vuelo y levantarlo de nuestro amor, dándole valor y fuerza para ello, por eso él mismo se prendó en el vuelo del cabello, esto es, él mismo se pagó y se agradó, por lo cual se prendó. Y eso quiere decir: Mirástele en mi cuello, y en él preso quedaste. Porque cosa muy creíble es que el ave de bajo vuelo pueda prendar al águila real muy subida, si ella se viene a lo bajo queriendo ser presa»[35].
Este último texto resuena como un eco en la magnífica descripción de Santa Teresita, en tiempo de la prueba contra la fe, pero continúa la Santa fijándose en el sol divino con una mirada de amor, que le da el ojo de águila. En la carta a sor María del Sagrado Corazón describía de este modo su actitud contemplativa:
«Yo me considero como un pajarito débil, cubierto solamente con un ligero plumaje; yo no soy un águila, solamente tengo sus ojos y su corazón, pues a pesar de mi extrema pequeñez me atrevo a mirar al Sol Divino, el Sol del Amor y mi corazón siente todas las aspiraciones del águila…
¡Qué va a ser de él! ¿Morirá de pena viéndose tan impotente?… ¡Oh, no!, el pajarito ni siquiera se afligirá. Con un audaz abandono, quiere seguir mirando a su Divino Sol; nada lo asustará, ni el viento ni la lluvia, y si oscuras nubes ocultan a su Astro de Amor, el pajarito no cambia de sitio, sabe que detrás de las nubes su Sol sigue brillando, que su resplandor no será eclipsado un solo momento»[36].
Terminamos con lo que nos refiere su hermana Celina, algunas semanas antes de la muerte de la Santa, como testimonio supremo de toda una vida de amor a Dios: «Lo he dicho todo: todo se ha consumado. Sólo cuenta el amor»[37]. Y sus últimas palabras son: «¡Oh… le amo…, Dios mío!… ¡yo… os amo!»
Unamos entonces nuestra oración al gran deseo de Santa Teresita: «¡Oh Jesús… te suplico que tu mirada divina descienda sobre un gran número de almas pequeñas! Te suplico que te elijas en este mundo una legión de pequeñas víctimas dignas de tu amor»[38].
Finalmente hagamos subir nuestra oración a Dios pidiendo el don de Su Amor que nos iguala con Él mismo, como escribe hermosamente San Juan de la Cruz en la estrofa siguiente a las que hemos citado: “Dios, así como no ama cosa fuera de sí, así ninguna cosa ama más bajamente que a sí, porque todo lo ama por sí, y así el amor tiene la razón del fin, de donde no ama las cosas por lo que ellas son en sí. Por tanto, amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, y así, ama al alma en sí consigo con el mismo amor que él se ama. Y por eso en cada obra, por cuanto la hace en Dios, merece el alma el amor de Dios; porque, puesta en esta gracia y alteza, en cada obra merece al mismo Dios”[39].
AMDG
[1] Ms B, 4 r.°-v.°.
[2] Tu amor creció conmigo, P. Maria Eugenio del Niño Jesús, pp.148-150.
[3] Quiero ver a Dios, P. María Eugenio del Niño Jesús, p. 495.
[4] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 30,8.
[5] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 30,5.
[6] Historia de un alma VIII, 102.
[7] Ibid, VIII, 112.
[8] Ms B, 4 v.°.
[9] Citado por la madre Ines en Procés apostolique, 174.
[10] Ms C, 2 r.°.
[11] Novissima Verba, 3-8-5b, 113; version castellana: pag. 207 (Monte Carmelo, Burgos 1958 [Últimas conversaciones, Ed. Critica del Centenario I, 505].
[12] Tu amor creció conmigo, P. Maria Eugenio del Niño Jesús, pp. 148-150.
[13] MC 6r.º-7r.º.
[14] Ibid., 12v.º.
[15] Quiero ver a Dios, P. Maria Eugenio del Niño Jesús, p. 508.
[16] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 31.
[17] CT 171 (12-7-1896) a Leonia.
[18] Tu amor creció conmigo, P. María Eugenio del Niño Jesús, pp.148-150.
[19] Carta a María Guerin 1894.
[20] Historia de un alma VIII, 109.
[21] El mensaje de Santa Teresa de Lisieux, Philipon, p.48-49.
[22] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 30, 9.
[23] Historia de un alma, VIII, 105.
[24], El mensaje de Santa Teresa de Lisieux, Philipon, p.48-49.
[25] Proceso apostólico, 1336, Sor María de la Trinidad.
[26] Carta a Celina, 14 de julio 1889.
[27] El mensaje de Santa Teresa de Lisieux, Philipon. p 51-52.
[28] Proceso apostólico, 987, Sor Genoveva.
[29] Historia de un alma VII, 100.
[30] Carta a Celina, 26 de abril 1894.
[31] El mensaje de Santa Teresa de Lisieux, Philipon, p.63.
[32] El mensaje de Santa Teresa de Lisieux, Philipon, p.79.
[33] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 31, 4.
[34] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 31, 6.
[35] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 31, 8.
[36] MB 22r.º-v.º
[37] Novissima verba, 19 de septiembre 1897.
[38] Novissima verba, 18 de julio 1897.
[39] Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, canción 32, 6.