Obediencia
La Desobediencia fue el primer pecado con que Dios fue ofendido, y necesita repararse con la Obediencia. La Obediencia es una virtud que mucho ama mi Corazón. En el Oasis la quiero perfecta, con una perfección no solo externa sino interna. La perfección de la Obediencia consiste en seguir prontamente las inspiraciones todas del Espíritu y practicarlas. Les abro la puerta que las conducirá a una grande santidad si toman el camino. No sólo exijo del Oasis la obediencia ciega a sus Superiores, dispuestos siempre a renunciar su voluntad a la ajena, sino que también exijo de ellos que obedezcan siempre y en cuanto puedan a las inspiraciones del Espíritu Santo. Cada vez que escuchen esa voz interior que no hace ruido, atiéndanla. No se disimulen, que bien saben cuando ella les habla. Si les dice: vénzanse, háganlo, háganlo sin detenerse. Si les dice: vengan, vayan; tomen, tomen; déjenlo, déjenlo; levántense, háganlo, arrodíllense, lo mismo; recójanse, déjenlo todo y recojan su alma, que tal vez vaya entonces a darles alguna gracia. Si les dice tomen esta Cruz, abrácenla; beban este cáliz de amargura, no dejen una sola gota, sufran esas desolaciones y desamparos, ábranles sus brazos y arrójense en el mar sin fondo de sus dolores y amarguras. Mortifíquense y humíllense siempre y a cada paso, en su exterior e interior. Esto se llama Obediencia del espíritu, en la cual se obedece al Espíritu Santo, y se hace nada menos que la voluntad de Dios en lo que consiste la perfección completa de las virtudes internas.
La Obediencia es Madre de la Mortificación, y por tanto de muchas cruces. La Obediencia, pues, es la Madre de las cruces. Mediten estas palabras: Madre de las cruces. Como a Madre, pues, debe amarla todo el que quiera llamarse Cruz y serlo en realidad.
Esta Obediencia es hija del Espíritu Santo, y por ella di mi vida en una Cruz, para enseñarla a mis futuras Cruces. La Obediencia interna perfecta clava a las almas en la Cruz y hace que vivan crucificadas. Grande cosa es lo que pido; nada menos que la total renuncia de la voluntad; sacrifíquense en su cuerpo, en sus sentidos, en su alma, en sus afectos, en todos los movimientos de su espíritu. Entiendan las Cruces vivas del Oasis que nada son y nada pueden sin mi auxilio, pero con mi gracia vencerán. Emprendan el camino real para el cielo; el camino áspero y espinoso de las virtudes: sean humildes, obedientes, mortificados, sean Cruz para clavarme en ellos. Vivan mi vida común a los ojos del mundo; pero muy sobrenatural y divina, obediencia al menor movimiento de la gracia, de las inspiraciones del Espíritu Santo. La criatura más santa y perfecta que ha existido es María, porque correspondió desde el primer instante de su ser a las inspiraciones todas del Espíritu Santo. Imítenla, pidiendo su protección soberana para marchar por sus mismas huellas. María es la mejor Maestra de la vida espiritual.
Desde el momento en que los Religiosos de la Cruz se entreguen a la Obediencia ciega, al renunciamiento total de su libertad, a no pertenecerse jamás, serán libres, experimentarán un espiritual y sobrenatural efecto en su alma, encontrarán un tesoro escondido, se les abrirá un campo de perfección práctica inacabable; serán felices no teniendo libertad, y su alma quedará henchida de una desconocida dicha; sus manos se hallarán vacías, pero su corazón lleno; al contrario de lo que pasa en el mundo. Podrán decir “estoy sentado a la sombra de mi nada, descansando, o más bien, descansando y descargado de un peso que llevaba a cuestas y me oprimía; camino en brazos ajenos, y tan totalmente desposeído de mi mismo y de cuanto me rodea, que nada me puede detener y preocupar”.
¡Oh hermosa Obediencia! ¡Oh libre sujeción! ¡Oh rica pobreza! ¡Oh felicidad incomparable la del verdadero despojo donde está la felicidad!
En el verdadero despojo está la felicidad, la sana libertad, una alegría divinizada y pura. En este despojo concluye la criatura y comienza Dios: se vive en Dios, por Dios y para Dios, muertos ya a todo propio querer; así se nace a una nueva vida. Con esta nueva vida deben vivir los Religiosos del Oasis, y también con Pobreza, Obediencia, y así con todas las otras virtudes.
Deben amar a la Obediencia como a una madre muy querida, pues es ella, pura, y tan llena de claridad divina, que ilumina los pasos del espíritu. Su majestad, su rectitud y su entereza encantan.
La virtud de la Obediencia ha recibido del mismo Espíritu Santo la misión de santificar y dar valor a todas las acciones del hombre. Ella tiene la virtud de enderezar lo torcido; y la fortaleza de llevar en sus brazos a puerto seguro al alma que de veras se entrega a la Obediencia.
La Obediencia descuella en hermosura y poder entre todas las virtudes. ¡Cuán triste es que los Religiosos que viven en Obediencia apenas la conozcan y mucho menos la practiquen con toda perfección! Resuélvanse a no descansar, ni a pensar, ni a querer sino lo que la Obediencia quiera que piensen, deseen y quieran.
La Humildad y la Mortificación son como la sustancia misma del Religioso.
Después de estas virtudes, amen y practiquen la Obediencia. Es la Obediencia hija de la Humildad; un humilde tiene que ser obediente, y no hay obediencia perfecta sin Humildad. Este no depender de sí, este dejarse hacer de los hombres es de altísimo valor en el cielo y es un encanto para Jesús.
Sin obediencia se desmoronan las Comunidades y todo gobierno espiritual o temporal.
En un Oasis de virtudes internas quiere recrearse su Jesús. Ya me canso de exterioridades, fingimientos y paja. Yo practiqué toda mi vida la virtud de la Obediencia en un grado sublime, hasta la muerte de Cruz.
Tengan sed de perfección aunque caigan en algunas faltas propias de la miseria humana. Trabajen para abarcar y abrácense en la práctica de las virtudes, sólo para agradarme y complacerme. Todas las virtudes están llenas de Luz.
La virtud de la Obediencia pronta y amorosa, sin mezcla de propio juicio en las inspiraciones divinas, o en el orden exterior, es grande y sublime. Yo practiqué esta virtud primero que ninguna otra, “hecho obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz”. Apenas conocí la voluntad divina me arrojé con todo mi Corazón a cumplirla, comenzando en aquel mismo instante mi sacrificio amoroso en favor de los hombres.
Amé y me sacrifiqué, obedeciendo entonces a mi Padre celestial; y ahora amo y me sacrifico, obedeciendo, a las palabras de cualquier Sacerdote, por indigno que este sea, en el Sacrificio del Altar. Siempre obedezco en el Sacrificio, sacrificándome.
El Sacrificio, el Dolor, la Cruz es lo que sobresale en todas las virtudes. No hay virtud que no lleve consigo el sacrificio, el cual hace que tenga más valor y mérito.
Quiero que los hijos de la Cruz suban a Mí por la escalera de la Cruz, y cogidos de Mí. Les voy a dar una regla que los conducirá fácilmente a la perfección: “Tengan sed de Obediencia”, un deseo vivo de obedecer, queriendo no moverse sino al impulso de esta virtud. “Tengan hambre de Obediencia”. Sujeten, no sólo todos los actos del día y de la noche y todos los movimientos del corazón, pensamientos e imaginación, sino todo lo espiritual a la voluntad de Obediencia. No quieran ya ni pensar, ni sentir, ni desear con libertad renuncien con todo su corazón, con toda su voluntad y libre albedrío a toda su libertad. Llenos de gozo, pongan su libertad debajo de la santa y amada sed de no pertenecerse y de sacrificarse. Sean libres perdiendo toda su libertad en todos sus pensamientos, palabras y obras, sobrenaturalizando las obras para la gloria de Dios. Cedan al impulso de la divina gracia, porque ésta, a veces, pasa y no vuelve. Quiero de las almas del Oasis no solo la perfecta Obediencia, renunciándose totalmente a otra voluntad, sin volverse a tomar sino que sean fidelísimos, obedeciendo a las divinas inspiraciones, en las que fácilmente se disimulan o las tuercen.
Otra gracia comunico a las almas que son fieles: es el afinarles los oídos para que escuchen aquella secreta voz que tanto habla al alma. Dispongo sus oídos interiores, y a la vez su corazón para aceptar y ejecutar al punto lo que conocen que es la voluntad del Amado.
En la práctica de estas virtudes de Obediencia y Pobreza, en su total despojo, está la muerte del Religioso de la Cruz, y su vida dentro del Corazón Santísimo de su Jesús.
El Religioso que se ha dado totalmente a la voluntad ajena, sentirá poseer algo y muy grande, que antes no tenía. Más solamente puede entender esto quien lo pase; porque, ¿cómo explicar y entender que en el no tener se encuentra la verdadera riqueza, y que en el renunciamiento propio se halla la libertad? Estos son secretos tan profundos, que sólo los comprende el que los experimenta.
A estas virtudes de la Obediencia y Pobreza les falta una cosa de mucha importancia que les da valor, les falta como un broche de oro para su perfección. Esto es, que envuelva a las virtudes y los domine, en todos sus actos, la divina voluntad. Deben estas virtudes girar, crecer y fructificar dentro de esta voluntad santísima. Tomen los Religiosos de la Cruz estas virtudes: entréguense a ellas con todas sus fuerzas: despójense, renúnciense y vivan dentro de otra voluntad que no sea la suya sin volverse a tomar. Más al practicar éstas virtudes, obren por la Caridad, por la voluntad divina. Lo mismo deben hacer en la práctica de las otras virtudes que hagan, piensen y quieran, debe llegar el color hermosísimo de la Obediencia; el purísimo de la Pobreza y el más divino de todos el color de oro de la divina voluntad.
A estas virtudes se debe unir otra grande virtud, y es la pureza de intención en todas las obras, complaciéndose, en cada una de ellas, en las complacencias de la voluntad divina. Esto es Caridad, esto es amor puro y sublime que diviniza las obras.
A todas las virtudes dichas, acompaña la santa indiferencia, el abandono amoroso, el sacrificio del yo, y el amor más puro y desinteresado.
En la sola joya de la pobreza y obediencia ¡cuántas riquezas se encuentran!
El Señor a la Beata Concepción Cabrera
¡Ave María y adelante!