Cuando hablamos acerca del evangelio de la multiplicación de los panes lo normal es que nos quedemos con la idea principal, que es la figura de la eucaristía que vemos claramente en este pan que todos comieron hasta saciarse. Pero como los evangelios son palabra de Dios tienen una riqueza única, es por eso que hoy vamos a considerar una enseñanza que está implícita en este relato y que es el hecho de que Jesucristo ha venido a suplir la desproporción que existe entre nosotros y el Padre aunque exigiéndonos, a la vez, que pongamos de nuestra parte lo poco que tenemos en sus manos.
Analicemos brevemente el evangelio: 5.000 hombres sin contar las mujeres y niños, y ya van 3 días, están hambrientos y además en el desierto…
– La actitud de Jesús: «Se le enternecieron las entrañas de compasión por las turbas»
– La actitud de los discípulos: Diles que se vayan!… les faltaba confianza.
Dice el P. Hurtado que a menudo en nuestra vida cotidiana este “es nuestro mismo problema: la desproporción”.
La desproporción
Nosotros solemos tomar conciencia de esta desproporción cuando llega el momento en que se nos exige un acto de confianza en Dios que implica abandonarse absolutamente en sus manos conscientes de que nuestras fuerzas no nos bastan para seguir adelante, ya sea ante una dificultad, ante algún defecto, ante alguna situación difícil, etc., y solamente nos queda entregar a Dios lo poco que tengamos con la esperanza de recibir su ayuda.
Jesucristo una vez más nos invita a la confianza en Él porque Él mismo vino a enseñarnos en su paso por la tierra que es Él quien suple, como hemos dicho, nuestra desproporción: porque desproporción fue elegir a un pobre pescador, sabiendo que lo negaría , como administrador de la riqueza del perdón divino y convertirlo en su vicario; o renunciar a la defensa de la corte celestial para dejarse clavar por los hombres ; desproporción fue hacerse un simple carpintero siendo el Rey de los cielos ; desproporción fue venir Él mismo a buscar a quienes rechazaron a Dios… Lo que nosotros llamamos desproporción no es otra cosa que la misma bondad divina, el mismo amor de Dios buscando derramarse sobre las almas: la mujer hemorroísa busca la salud de su cuerpo con sólo tocar el manto del Maestro, y Jesucristo le concede la salvación del alma por su fe; el ladrón arrepentido en la cruz le va a pedir tan sólo que se acuerde de él, y Jesucristo le prometerá ése mismo día el paraíso. Jesucristo nos pide cosas pequeñas para darnos las grandes.
Cierto que lo que podemos nosotros ofrecerle a Dios siempre será poco y nada en comparación con su grandeza, con su poder, pero cuando le ofrecemos a Dios nuestras obras en gracia entonces éstas adquieren un valor extraordinario, sobrenatural; se vuelven meritorias porque están revestidas con los méritos de Jesucristo: toda obra buena hecha en gracia es meritoria, es decir, que tiene méritos para el cielo. Por pequeña que sea.
Dice san Pedro de Alcántara: “Mucho hace a los ojos de Dios quien hace todo lo que puede, aunque pueda poco” ; y santa Teresa: “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que si nos esforzamos poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar con su favor a lo mismo que muchos santos” ; y otro autor decía: “Las cosas pequeñas son pequeñas cosas, pero ser fiel en las cosas pequeñas es una gran cosa”.
Dios jamás desprecia lo que le ofrecemos
En el evangelio se lee que se acerca un niño a ofrecer lo poco que tenía: cinco panes y dos peces. A primera vista podríamos decir que hasta es gracioso. Miles de personas con hambre, se dan cuenta de que necesitan comer y de que nos hay nada cerca como para buscar alimento, los apóstoles que le están diciendo esto a Jesús y entonces un niño que lo escucha se acerca a hacer su ofrenda: panes de ceba, duros, ya tenían tres días. y los peces no deben haber estado tampoco frescos y eran de lago, blandos, no muy grandes, tal vez guardados en un saco por este niño todo el tiempo que seguían a Jesús, con ese calor y en esa apretura… ¡eso sí que era poca y ruin cosa! Pero el niño, contra toda la lógica de los hombres maduros que discutían qué hacer, simplemente lo ofrece.
Y comenta el P. Hurtado: “¿Desprecia el Señor esa oblación? No, con su bendición alimenta a todos y sobra. Ni siquiera las sobras desprecia: 12 canastos. […] El muchacho accedió a dar a Cristo su pobre don, ignorando que iba a alimentar toda esa muchedumbre. Él creyó perder su bien, pero lo halló sobrado y cooperó al bien de los demás…”
De la misma manera, nuestras acciones, aun cuando sean tan pequeñas como cinco panes y dos peces para alimentar a más de cinco mil personas, puestas en las manos de Cristo pueden tener realmente un alcance divino.
Pensemos en el pequeño Juan, nacido pobre, en una aldea. Quiso ser sacerdote; le faltaba salud, le costaban los estudios, no entendía completamente el latín de su breviario, apenas se pudo ordenar, lo mandaron a un pueblito impío y perdido y le ofreció a Dios lo único que tenía: sus oraciones y penitencias… y ese pueblito se convirtió en un gran confesionario y lugar de conversión y salvación de innumerables almas: y el pequeño juan se convirtió en el santo cura de Ars, aquel pobre sacerdote que el demonio le dijo “si hubieran tres como tú , mi reino se acabaría”; o recordemos a santa Mónica: mujer sencilla, casada con un no creyente, sufría mucho y pedía a Dios todos los días que su hijo Agustín se convirtiera a la Fe; ¿qué tenía para ofrecerle a Dios?, solamente oraciones y lágrimas (durante años) … y esas lágrimas fueron las que convirtieron a su Hijo en el santo Obispo de Hipona y doctor de la Iglesia, gracias a esas lágrimas la Iglesia tuvo a uno de sus más grandes santos. Y el mismo Jesucristo va a poner como ejemplo para sus discípulos a la pobre viuda que dejaba en el templo su pequeña ofrenda de dos monedas que no era nada prácticamente en comparación con lo que echaban los ricos, pero como Dios ve los corazones, él si se da cuenta del valor que tienen las pequeñas cosas hechas por amor a Él.
Cada vez que nosotros le ofrecemos a Dios nuestras oraciones y sacrificios es Él mismo quien se encarga de multiplicarlo en gracias que favorecen a las almas. Por eso nunca debemos cansarnos de ofrecer, desde un disgusto con el vecino hasta una dolorosa y larga enfermedad. En definitiva, tenemos que ir aprendiendo cada día a ofrecerle a Dios nuestra vida, porque él nos la dio y a Él le pertenece, por eso nos prepara un cielo que alcanzaremos si somos fieles a su gracia; por eso dice san Bernardo: “Pero, ¿qué ofreceremos nosotros, hermanos míos, o que le devolveremos por todos los bienes que nos ha hecho? El ofreció por nosotros la Victima más preciosa que tuvo, y no puede haber otra más preciosa; hagamos también nosotros lo que podamos, ofreciéndole lo mejor que tenemos, que somos nosotros mismos”.
Confianza: la obra es de Dios
Finalmente no tenemos que olvidar que toda obra emprendida por amor a Dios fructificará nos por nuestras fuerzas sino porque lleva consigo la bendición de Dios:
Jesucristo tomó los cinco panes y los dos peces, “los bendijo”, “elevó los ojos al cielo” y recién entonces dio de comer a la multitud… para enseñarnos, dice san Juan Crisóstomo, que en nuestras pequeñas obras debemos confiar en la gran bondad de Dios. Es Él quien bendice y multiplica los frutos, y a Dios no le importan tanto nuestras miserias como nuestra confianza en Él:
“La profundidad del pozo de la miseria humana es grande; y si alguno cayera allí, cae en un abismo. Sin embargo, si desde ese estado confiesa a Dios sus pecados, el pozo no cerrará su boca sobre él” “El que clama a Dios desde lo más profundo de su miseria, ya no está en lo profundo, ya empieza a levantar su voz.”
En definitiva, lo poco que le podamos ofrecer a Dios siempre se convierte en mucho en sus manos; y las pequeñas cosas, realizadas con fidelidad, son las que nos alcanzan las obras más grandes, como el vivir la caridad, la humildad, la paz del corazón y después de la muerte la felicidad eterna para quienes hayan perseverado hasta el final.
Que María santísima nos conceda la gracia de ser siempre generosos con Dios y no negarle nada aunque nos parezca a veces que es poco lo que tenemos.
P. Jason, IVE.