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La emancipación de la domesticidad – Gilbert K. Chesterton

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Y habría que destacar, de paso, que esta fuerza que se ejerce sobre un hombre para que desarrolle un solo rasgo no tiene nada que ver con lo que suele llamarse nuestro sistema competitivo, sino que existiría igualmente bajo cualquier tipo de colectivismo racionalmente concebible. A menos que los socialistas estén francamente dispuestos a caer en el patrón de los violines, los telescopios y las luces eléctricas, deberían crear de algún modo una demanda moral al individuo, de manera que este mantuviese su actual concentración en esas cosas. Los telescopios solo existen gracias a que ha habido hombres hasta cierto punto especializados, y sin duda deberán ser hasta cierto punto especializados quienes los mantengan. No será convirtiendo a un hombre en funcionario del Estado como se evitará que piense sobre todo en lo mucho que le cuesta ganar su dinero. Solo hay una manera de evitar en el mundo esa gran ligereza y ese más pausado punto de vista que colma la antigua visión del universalismo. Y consiste en permitir la existencia de una mitad de la humanidad parcialmente protegida; una mitad a la que preocupa sin duda la agobiante demanda industrial, pero solo indirectamente. En otras palabras, debe haber en cada centro de humanidad un ser humano sobre un plano mayor, que no dé «lo mejor de sí mismo», sino que lo dé todo.

Nuestra antigua analogía del fuego sigue siendo la más manejable. El fuego no tiene que resplandecer como la electricidad ni calentar como el agua hirviendo; la cuestión es que resplandece más que el agua y calienta más que la luz. La esposa es como el fuego o, por poner las cosas en su justa proporción, el fuego es como la esposa. Como el fuego, se supone que la mujer tiene que cocinar; no ser una cocinera excelente, pero cocinar; cocinar mejor que su marido, que se gana el carbón dando conferencias sobre botánica o rompiendo piedras. Como el fuego, se supone que la esposa debe contar cuentos a los niños, no cuentos originales o artísticos, sino cuentos; cuentos mejores que los que contaría seguramente un cocinero de primera clase. Como el fuego, se espera que la mujer ilumine y ventile, no gracias a las más sorprendentes revelaciones o los más locos vientos del pensamiento, sino mejor de lo que un hombre puede hacerlo después de romper piedras o dar conferencias. Pero no se puede esperar que soporte ese deber universal si también tiene que soportar la crueldad directa del duro trabajo competitivo o burocrático. La mujer debe ser cocinera, pero no una cocinera competitiva; una maestra de escuela, pero no una maestra de escuela competitiva; una decoradora de hogares, pero no una decoradora competitiva; una modista, pero no una modista competitiva. No debería tener un oficio, sino veinte aficiones; ella, al contrario que el hombre, puede desarrollar todo lo segundo mejor de lo que es capaz. Esto es lo que se ha pretendido realmente desde el principio en lo que se llama la reclusión, e incluso la opresión, de las mujeres. Las mujeres no se quedaban en casa a fin de que el hogar fuera mezquino; al contrario, se quedaban en casa a fin de que el hogar fuera generoso. El mundo en el exterior del hogar era una masa de estrecheces, un haz de senderos apretados, un manicomio de monomaníacos. Solo al proteger y limitar parcialmente a la mujer pudo ella ejercer cinco o seis profesiones y así acercarse tanto a Dios como el niño cuando juega a cien juegos. Pero las profesiones de la mujer, contrariamente a los juegos de los niños, eran todas real y casi terriblemente fructíferas; tan trágicamente reales que nada más que su universalidad y su equilibrio evitaron que fueran simplemente mórbidas. Esto es lo sustancial de la opinión que ofrezco sobre la posición histórica de las mujeres. No niego que se ha hecho daño e incluso torturado a las mujeres; pero dudo que fueran nunca torturadas como lo son hoy día por el absurdo intento moderno de convertirlas en emperatrices domésticas y funcionarias competitivas al mismo tiempo. No niego que incluso según la vieja tradición las mujeres lo han pasado peor que los hombres; por eso nos quitamos el sombrero. No niego que todas esas funciones femeninas eran exasperantes, pero digo que había algún objetivo y significado en mantenerlas variadas. No voy a negar que la mujer fuera una sirvienta, pero al menos era una sirvienta para todo. El camino más corto para resumir esta postura es decir que la mujer defiende la idea de la cordura, ese hogar intelectual al que la mente debe volver después de cada excursión por la extravagancia. La mente que se abre camino hasta lugares salvajes es la del poeta; pero la mente que nunca encuentra el camino de vuelta es la del lunático. Debe haber en cada máquina una parte que se mueva y una parte que permanezca inmóvil; debe haber en todo lo que cambia una parte que no se pueda cambiar. Y muchos de los fenómenos que los modernos condenan apresuradamente son en realidad partes de esta posición de la mujer como centro y pilar de la salud. Gran parte de lo que se llama su subordinación, e incluso su docilidad, es simplemente la subordinación y la docilidad de un remedio universal; ella varía como varían las medicinas, con la enfermedad. Tiene que ser una optimista ante el marido enfermo, una pesimista saludable ante el marido alocado. Tiene que evitar que el Quijote sea dominado, y que el que abusa domine a los demás. El rey francés escribió:

Toujours femme varie

Bien fol qui s’y fie.[1]

Aunque lo cierto es que la mujer varía siempre, y precisamente por eso es por lo que debemos confiar siempre en ella. Corregir cada aventura y extravagancia con su antídoto de sentido común no es colocarse en la posición (como parecen creer los modernos) de un espía o de un esclavo. Es colocarse en la postura de Aristóteles o (como poco) en la de Herbert Spencer, colocarse en una moralidad universal, en un sistema completo de pensamiento. El esclavo halaga, el moralista total reprende. En resumen, es ser un contemporizador en el sentido auténtico de ese honorable término, lo que por una u otra razón siempre se usa en un sentido estrictamente contrario al propio. Parece suponerse realmente que un contemporizador es una persona cobarde que siempre se pasa al lado del más fuerte. En realidad, es una persona muy caballerosa que siempre se pasa al lado del más débil, como el que equilibra un barco sentándose donde hay poca gente sentada. Una mujer es una compensadora, lo cual es un modo de ser generoso, peligroso y romántico.

El hecho final que determina todo esto es bastante simple. Suponiendo que admitamos que la humanidad ha actuado al menos de manera natural al dividirse en dos mitades, tipificando respectivamente los ideales del talento especial y de la cordura general (ya que ambas cosas son francamente difíciles de combinar en una sola mente), no es difícil darse cuenta de por qué la línea de división ha seguido la línea del sexo, o por qué la mujer se ha convertido en el emblema de lo universal y el hombre en el de lo especial y superior. Dos hechos gigantescos de la naturaleza fijaron así las cosas: en primer lugar, que la mujer que solía cumplir sus funciones no podía, literalmente, ser especialmente prominente en experimentos y aventuras; y segundo, que la misma operación natural la rodeaba de niños muy pequeños, que necesitan que se les enseñe nada menos que todo. Los bebés no necesitan que se les enseñe un oficio, sino que se los introduzca en el mundo. Para resumir, la mujer suele estar encerrada en una casa con un ser humano en el momento en que este hace todas las preguntas que existen, y algunas que no existen. Sería extraño que consiguiese tener algo de la estrechez de un especialista. Pero si alguien piensa que ese deber de educadora (incluso liberada de modernas reglas y horarios, y llevado a cabo de manera más espontánea por una persona más respaldada) es en sí mismo demasiado exigente y opresivo, entenderé ese punto de vista. Solo puedo responder que nuestra raza ha considerado que merece la pena echar esa carga sobre los hombros de las mujeres a fin de mantener el sentido común en el mundo. Pero cuando la gente empieza a hablar de este deber doméstico como algo que no solo no es difícil, sino que es trivial y monótono, yo simplemente ignoro la cuestión. Pues no alcanzo a concebir, ni siquiera con el mayor de los esfuerzos de la imaginación, lo que quieren decir. Cuando, por ejemplo, se llama «trabajo forzado» a la domesticidad, toda la dificultad surge de un doble significado de la palabra. Si trabajo forzado solo significa «trabajo forzadamente duro», admito que la mujer se esfuerza en el hogar, como un hombre puede esforzarse en la catedral de Amiens o detrás de un arma en Trafalgar. Pero si eso significa que el trabajo duro es más pesado porque es insignificante, descolorido y de poca importancia para el alma, entonces, como digo, abandono; no sé qué significan las palabras. Ser la reina Isabel dentro de un área definida, decidiendo ventas, banquetes, obras y vacaciones; ser Whiteley dentro de un área determinada, proporcionando juguetes, botas, sábanas, pasteles y libros; ser Aristóteles en un área determinada, enseñando moral, costumbres, teología e higiene; entiendo cómo eso puede agotar la mente, pero no puedo imaginar cómo puede estrecharla. ¿Cómo puede ser una carrera importante enseñar a los niños la regla de tres y una carrera mezquina enseñar a los hijos el universo? ¿Cómo puede ser amplio resultar lo mismo para todos, y ser estrecho resultar todo para alguien? No; la función de una mujer es laboriosa porque es gigantesca, no porque sea minuciosa. Compadeceré a la señora Jones por la gran envergadura de su tarea; nunca la compadeceré por su pequeñez.

Lo esencial de la tarea de la mujer es la universalidad, lo que no evita, por supuesto, que ella tenga uno o dos graves aunque bastante sanos prejuicios. En conjunto, ha sido más consciente que el hombre de que es solo la mitad de la humanidad; pero lo ha expresado (si se puede hablar así de las señoras) hincando el diente a las dos o tres cosas que cree que debe defender. Observaré aquí entre paréntesis que gran parte de los recientes problemas oficiales sobre las mujeres han surgido del hecho de que se refieren a asuntos menores que se discuten con obstinación solo propia de las cosas primarias que debía defender la mujer. Los propios hijos, el propio altar, deben ser una cuestión de principios o, si lo prefieren, una cuestión de prejuicios. Por otra parte, la cuestión de quién escribió las Cartas de Junius[2] no debería ser un principio o un prejuicio, debería ser un asunto de investigación libre y casi indiferente. Pero hagamos que una enérgica y joven secretaria moderna de una liga demuestre que Jorge III escribió Junius, y en tres meses también ella lo creerá, por pura lealtad a sus jefes. Las mujeres modernas defienden su oficio con todo el orgullo de la domesticidad. Luchan por tener un escritorio y una máquina de escribir tanto como por una chimenea y un hogar, y desarrollan una especie de feminidad lobuna a favor de la cabeza invisible de la empresa. Por eso hacen tan bien el trabajo de oficina, y por eso es por lo que no deberían hacerlo.

[1] «La mujer es siempre voluble / Loco quien en ella confía».

[2] Se trata de ciertas cartas, de autor desconocido, que fueron enviadas durante tres años a periódicos británicos. En ellas se desvelaban secretos del gobierno y la nobleza, y mantuvieron en jaque a la opinión pública a finales del siglo XVIII.

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Comments 4

  1. Avatar ana says:

    CREO QUE LA PERSONA QUE ESCRIBIÓ ESTO NO TIENE IDEA DE LO QUE HACE UNA MUJER EN LOS DEBERES DE LA CASA Y LOS DEBERES PROFESIONALES, SOBRE TODO CUANDO NO SE TIENE EL APOYO DE L A PAREJA Y ELLA SE ESFUERZA POR SACAR ADELANTE TODO

  2. Avatar Norma says:

    Si entiendo lo que quiere decir en terminos generales pero el articulo no es tan facilmente digerible

  3. Avatar Yesenia says:

    Muchas gracias 🙏
    Tengo 32 años, madre de 4 niños pequeños aun, y soy ama de casa. El hecho de poder ver crecer a mis hijos, educarlos, preguntarles que les sucede cuando están tristes, mirar y educar cada uno de sus comportamientos no tiene precio. Son niños felices, me dicen a cada momento “mama te quiero” y no cambiaria por nada el poder yo cuidar de ellos y de mi esposo.
    Mi esposo no era creyente pero creo que el sacrificio y la oración confiada a Dios todo lo puede. La parte económica también la confió a la PROVIDENCIA 🙏. Cuando mi esposo y yo nos encontramos en algún aprieto económico, lo confiamos a Dios, y El que es un Padre que cuida de sus hijos nos socorre prontamente.
    Gloria a Dios🙏

  4. Avatar MARTHA QUINTERO says:

    SER AMA DE CASA ES LA MEJOR PROFESION DEL MUNDO PORQUE TE PERMITE CONSTRUIR TU PROPIO MUNDO, EL CUAL SERÁ TU GRAN APORTE PARA LA VIDA Y ESO CONSTITUYE LA BASE DE LA SOCIEDAD….QUE IMPORTANTE Y QUE FELIZ ME HACE DEDICARME A MI HOGAR, PERO ESTO SÓLO SE LOGRA APRECIAR SI SE CUENTA CON LA GRACIA DE DIOS, QUIEN TE ENSEÑA DEL VERDADERO AMOR QUE ES SERVICIO Y DONACIÓN DESINTERESADO, EL CUAL LLENA TU VIDA DE SENTIDO TRASCENDENTE QUE VA MAS ALLA DE LA QUEJA O LA COMPARACIÓN, ES UN AMOR TRANSFORMADOR QUE TE LLENA CADA DIA DE ILUSIÓN Y TE LLENA DE LAS FUERZAS PARA ESTAR BIEN Y HACER EL BIEN, SIN FIJARTE QUE HACE CADA QUIÉN; ASÍ SE VALORA TU APORTE Y EL DE LOS DEMÁS!!!!

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