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No me contradigo, aun cuando lo parece. Porque no es verdad, aunque es verdad. Así están las cosas. No es verdad, como han venido diciendo desde hace meses, y han repetido anoche, y esta madrugada, y lo están haciendo en este momento y continuarán, probablemente, de manera indefinida… que los que nos hemos opuesto a la legalización del aborto, lo hayamos hecho por motivos religiosos. Se cansaron de desmentirlo todos cuantos tenían que hacerlo. Lo demostraron los que argumentaron, una y otra vez, con argumentos no religiosos, sino biológicos, clínicos, jurídicos, filosóficos, demográficos, estadísticos, económicos, políticos, psicológicos, sociológicos, psiquiátricos,  históricos… Que la religión sostenga lo mismo que la ciencia en este punto, es otro cantar. Que un senador, un diputado, un periodista, un juez, un abogado, un médico, un politólogo, un ministro… no sepan distinguir un argumento científico de un argumento de autoridad basado en convicciones religiosas, no es problema de los creyentes, es un problema de los senadores, diputados, ministros, jueces, periodistas… Es sabido, y puede constatarse en la cancha (donde se ven los pingos), que hay muchos de estos que aprobaron la escuela y la universidad con 4, y porque le regalaron un par de puntos, o se los compró el papi. Así, claro, se hace muy difícil distinguir entre el Credo, el Padrenuestro y el teorema de Euclides; quizá porque para ellos la cuestión de los catetos y de la hipotenusa es una cuestión de fe (¿será por eso que les decimos “catetos”?). Así que, en este sentido, no es verdad. No es verdad que aquí entre la fe. Para decir que hay vida desde el primer instante de la concepción y que esa vida es humana, no hace falta la fe. Basta la genética. Para decir que debe ser respetada desde ese instante, no hace falta la fe, basta el derecho. Yo creo que para ser político y periodista, al menos hay que saber lo que sabe una maestra (incluso de las más sencillitas), pero además, es necesario tener la honestidad de no mentir, como todos los periodistas y políticos —incluso los mentirosos— les exigen a sus propios hijos. Con estas dos cosas, nos damos por satisfechos.

Pero es verdad… que estas cosas se han afirmado por razones religiosas. No todos; algunos las han dicho a pesar de no tener fe; por mera honestidad. Pero los que tenemos fe, las hemos dicho también por razones religiosas. Porque decir la verdad es un deber que tenemos con Dios: “no mentirás”. Y dar testimonio de la verdad, incluso si vienen degollando, también se lo debemos a Dios (y a la patria, y a la misma verdad). No lo sabemos por fe, sino por ciencia, pero lo decimos por honestidad intelectual y también por fe. Es decir, porque sabemos que debemos responder ante Dios. Y porque a menudo es la convicción religiosa las que nos da, no la ciencia, que esta viene de la mollera, sino el valor y la responsabilidad. Hoy —precisamente hoy— leemos en la Liturgia de las Horas las palabras del profeta Joel: “Fundid los arados para espadas, las podaderas para lanzas; que diga el cobarde: «Me siento soldado»”. Sí, la fe nos hace a menudo sentirnos soldados. No es la fe ni la religión la que enseña al soldado el oficio de las armas; eso lo hace la academia. Pero aquella, cuando las papas queman, lo hace sentirse soldado, y lo mantiene firme en la pelea. Hoy me levanté recordando a nuestro Marechal:

 

No vaciles jamás en la defensa

o enunciación o elogio

de la Verdad, el Bien y la Hermosura.

Son tres nombres divinos que trascienden al mundo,

y es fácil deletrearlos en las cosas.

No los traiciones aunque te flagelen:

yo sé bien que la triste Cobardía

suele atar a los hombres junto al Río moroso.

 

¿Saben cuál es el Río moroso para Marechal? El ancho y turbio que baña las costas de nuestra Capital. Agradezco hoy a los que no traicionaron; a los que defendieron la verdad a pesar de los azotes. Y rezo por los que ató la triste Cobardía a sus pactos partidarios, a su poltrona política o a su prosperidad económica. Se luchó por las dos vidas. Y se ganó. No porque lo dice la fe; sino también porque lo dice la fe. Por eso, no es verdad, pero es verdad.

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

9 de agosto de 2018

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