Terroristas – P Bernardo Ibarra

El concepto de terrorista nunca estuvo tan de moda como cuando se cayeron las famosas Torres Gemelas de Nueva York. Aunque la palabra ya se venía usando con bastante insistencia desde los años ’70, de todos modos, aquel 11 de septiembre del 2001, todos entendimos qué se quería significar con la palabra terrorismo, más allá de lo que realmente fue aquello. No querían significar simplemente sembrar el terror, sino atentar, amenazar y llevar adelante serios y gravísimos daños contra el hombre. Son actos de violencia, y por lo tanto de desorden, de muerte y de odio.

Poco se escucha esta palabra hoy por hoy. Sin embargo, hace algunos días atrás, no pudimos más que volver a ella cuando quisimos hablar de lo que sucedió en Alemania recientemente. Más de 125 «católicos» hicieron un manifiesto pidiendo que se considere la homosexualidad como algo bueno y lícito dentro de la misma Iglesia[1]. No sólo exigen que la bimilenaria ley moral de la Iglesia sea alterada sólo por el capricho de unos pocos, sino también que se acepte y se bendiga —se diga bueno— aquello que por su misma naturaleza es malo. Eso es terrorismo, porque es una peligrosísima amenaza y un daño colosal contra el hombre mismo.

Debería aterrorizarnos tanto —e incluso más— como cuando nos enteramos de atentados terroristas, porque es un ataque premeditado contra la misma vida del hombre. No implica la muerte de una centena de seres humanos, sino que, en este caso, es la misma naturaleza del hombre la que corre peligro. Es un ataque contra el hombre mismo. Y esto sí que es verdadero terrorismo.

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San Estanislao de Cracovia —o también conocido como de Szczepanów— es el patrono del orden moral en Polonia, justamente por denunciar los escándalos del rey Boleslao II. Esto le costó la vida, pues el rey, acusándolo falsamente de traición, lo asesinó con sus propias manos en el año 1079.

Como sucesor suyo, el arzobispo Karol Wojtyła le tenía una grandísima devoción y no dudó de celebrar el noningentésimo aniversario de su martirio debidamente, cosa que Dios quiso que hiciera no ya como sucesor de san Estanislao, sino de san Pedro. Así fue que, en 1979, san Juan Pablo II regresó por primera vez a su patria para celebrar el aniversario del martirio de san Estanislao. ¡Y fue cosa digna de verse! En sus numerosos discursos, alocuciones y homilías, el Papa aludía, una y otra vez, a la figura de san Estanislao. No sin razón, pues cada vez que lo nombraba, era como si disparase fogosos dardos contra el gobierno comunista que subyugaba a su patria. Y hoy, luego de más de 40 años, sus palabras nos vienen como anillo al dedo:

«El patronazgo del orden moral que atribuimos a San Estanislao está vinculado sobre todo al reconocimiento universal de la autoridad, de la ley moral, es decir, de la ley de Dios […] Sólo cuando partimos de esta ley, es decir, de la moral, puede ser respetada y reconocida universalmente la dignidad de la persona humana. Así, pues, la moral y la ley son las condiciones fundamentales para el orden social»[2].

Es justamente por esto mismo que esos 125 «católicos» alemanes son terroristas: porque van contra la dignidad del hombre y, por lo tanto, contra el orden social. «El orden moral —decía el Papa Magno— está en la base de toda cultura humana»[3], por eso el que atenta contra él, aun cuando hiciese uso de excelentes subterfugios, no hace más que dinamitar la naturaleza del hombre. Es necesario, entonces, defender y proteger al hombre, con más preocupación y eficacia que aquellas que se nos imponen con el fin de custodiarnos de posibles terroristas ya sea en un aeropuerto o en la entrada de un museo. Nos lo exhortaba el Papa en esa misma ocasión:

«Hay que vigilar siempre, mantener despiertas las conciencias humanas, amonestar siempre por la violación de los principios morales […] porque la insensibilidad interior se arraiga fácilmente en los corazones humanos»[4].

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Con la excusa de tener una «Iglesia sin miedo»[5] se lanzan a socavar los cimientos de nuestra cultura y del ser humano, sembrando así la inestabilidad, la confusión, el desequilibrio, el engaño, es decir, el miedo. No son más que promotores del terror. Destructores de la dignidad del hombre.

Cuando se cayeron las Torres Gemelas nadie salía del asombro. Y ahora que se atenta tan descaradamente contra el fundamento mismo de nuestra cultura cristiana, incluso dentro de la Iglesia, no nos cuesta nada pegar los ojos al irnos a dormir.

Roguemos al Señor, y al Papa del Milenio, que se nos abran los ojos para ver y defender estas amenazas terroristas contra el orden moral, contra el hombre, contra Nuestro Señor.

29.01.2022

Bernardo Ma. Ibarra, IVE

[1] Cfr. https://outinchurch.de/manifest/. Unos de los párrafos del manifiesto dicen así: «Exigimos una corrección de las declaraciones doctrinales misántropas – también en vista de la responsabilidad de la iglesia mundial por los derechos humanos de las personas LGBTIQ+». Y más adelante: «Todos en la Iglesia, especialmente los obispos en su papel de liderazgo, son responsables de crear una cultura de la diversidad para que las personas LGBTIQ+ puedan vivir su profesión y vocación en la Iglesia abiertamente y sin miedo, y ser valorados al hacerlo. […] Además, la Iglesia debe expresar en sus ritos y celebraciones que las personas LGBTIQ+, ya sea que vivan solas o en pareja, son bendecidas por Dios y que su amor da diversos frutos. Esto incluye, como mínimo, la bendición de las parejas del mismo sexo que lo soliciten…». (Sitio visitado el 28 de enero, 2022).

[2] San Juan Pablo II, Discurso a la Conferencia Episcopal Polaca, n.4, Jasna Góra, 5 de junio de 1979.

[3] Ibidem.

[4] Ibidem.

[5] Así etiquetan su proyecto: «Für eine Kirche ohne Angst».