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Vivir sólo para Dios – P.  Alfonso Torres, S.J.

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6 octubre, 2022
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Vivir sólo para Dios – P.  Alfonso Torres, S.J.
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Las flores del campo viven y mueren sólo para Dios

Las flores que nosotros cultivamos nacen, crecen y mueren para recreo de las creaturas, mientras que las flores del campo nacen, crecen y mueren sólo para Dios. ¡Cuántas de esas flores no sentirán posarse sobre ellas una mirada humana! Sólo Dios las ve, sólo Dios goza de su hermosura, sólo Dios, por decirlo así, aspira sus perfumes.

Esas florecillas perdidas en la inmensidad de los campos, lejos de los poblados, que los ojos humanos no descubren, que no tienen más fin que dar gloria a Dios, que celan las galas de su hermosura para que únicamente recreen los ojos divinos. Se desliza la existencia humilde de esas florecillas entre idilios y tragedias, según reciban un rocío bienhechor o una mortífera helada, pero siempre sin testigos humanos que las admiren ni las compadezcan.

La flor del campo es imagen del perfecto abandono. Fíjense en una de esas florecillas insignificantes que nacen en cualquier parte, en las hendiduras de una roca o en un valle, en la ladera de un monte o en un páramo. Están expuestas a todas las inclemencias y rigores del clima, a soles, vientos y tempestades, sin la menor defensa. Tampoco mitiga nadie la pobreza o dureza del suelo en que nacen; están completamente abandonadas al cuidado de la Providencia, que les sostiene la vida y les da hermosura, sin que con artificios la procuren. Ya en el Evangelio, cuando el Señor quiso recomendarnos el abandono en manos del Padre Celestial, escogió precisamente el ejemplo de los lirios de los valles, que ni hilan ni se afanan, y a los que, sin embargo, viste Dios de hermosura. Las flores del campo son flores de martirio, porque son flores expuestas a vendavales: lo mismo sufren un día un sol abrasador que una lluvia torrencial; lo mismo viven en las horas sosegadas que en las que se desatan los más recios vendavales; alzan su corola al Padre celestial para que haga con ellas lo que quiera, lo que les conviene; que las cubra el rocío o la escarcha, el sol o la lluvia, es igual; esa entrega, ese abandono a la Providencia del Señor para que Él pueda hacer enteramente lo que quiera de ellas, sin que se encojan por el temor de que Dios haga eso o lo otro, sin que reserven sus perfumes, nada de esto.

Llega un día, señalado por Él, en que termina su paso por el mundo. Mueren, y como no han lucido para nadie y no se las ha visto hacer grandes cosas, como han sido así insignificantes, cualquiera diría que su vida ha sido inútil, que no ha servido para nada. Pero, por una divina paradoja, estas almas han hecho el apostolado más fecundo en la Iglesia de Dios, y su apostolado fructifica antes o después, como florecimiento espléndido de vida espiritual y de innumerables bienes espirituales para nuestras almas.

También nosotros somos florecillas del campo

Cristo Jesús es la más bella flor que ha brotado en el campo de este mundo, flor cuya belleza es sobre toda ponderación; y toda su vida vivió como esas flores del campo, abandonado a la voluntad del Padre en el grado más perfecto. Pero donde este abandono de la flor divina llegó a lo sumo fue en el Calvario. Plantada allí, en la más ingrata de las tierras, expuesta a los furores de la tempestad más violenta que vieron los siglos, se abre su corola por completo hacia el cielo, exhalando sus más exquisitos perfumes, abandonándose al huracán furioso, sin cuidarse de otra cosa que de agradar a su Padre celestial.

Así hemos de ser nosotros también, florecillas del campo. Abandonándonos a la Providencia de Dios. Él sabe las condiciones de la tierra en que nos ha plantado, Él es quien envía los vientos y las tempestades que quizás combaten nuestra flor. Dejémosle hacer, aunque sintamos la ingratitud de la tierra, de las creaturas y el calor resecante de las pasiones. Dejémosle hacer, abandonándonos a sus cuidados sin afanes propios, como flores del campo, sin otra solicitud que abrir nuestra corola hacia lo alto y ofrecer nuestro aroma de adoración siempre y en todo.

El mejor apostolado es el que ejercen las flores del campo esparciendo, aunque el mundo no se entere, sus aromas, esparciendo el olor de Jesucristo sobre la tierra.

 

P Alfonso Torres, SJ

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Tags: devociónoraciónSantosVoz Catolica
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Comentarios 7

  1. Avatar Diana Peregrina Carrizo says:
    Hace 8 meses

    Dios nuestro señor nos anime y la virgen Santísima nos guíe cada día para que nos entreguemos a por completo a la voluntad de Dios 🙏.

    Responder
  2. Avatar Maria Esther says:
    Hace 8 meses

    Así como las flores del campo quiero ser un perfume agradable a Dios. Que así sea.🙏

    Responder
  3. Avatar Karina Manrique says:
    Hace 8 meses

    Amado Padre Celestial en tus manos me entrego, haz de mi lo que quieras, por todo lo que hagas de mi te doy Gracias, en tus manos me entrego con Silencio y Paz. Amen

    Responder
  4. Avatar Sofia says:
    Hace 8 meses

    Que hermoso pensamiento, admiro su sensibilidad hacia lo Creado, justo es siempre agradecer y aprender de ella.

    Responder
  5. Avatar Carolina says:
    Hace 8 meses

    Que el Señor me dé la gracia para abandonarme completamente a la Providencia de Dios, y ser como esa florecilla del campo, y estar dispuesta a recibir todo lo que venga de Él 🙏

    Responder
  6. Avatar María Gabriela says:
    Hace 8 meses

    Qué bella reflexión.¡ Bellísima¡ Las flores son mi delirio. No las cultivo, pero donde quiera que voy o camino tomo fotografías de las flores más insignificantes y pequeñitas para los demás, pero yo sí las capto y me embeleso con ellas. Ahora sin duda, las miraré con otros ojos, porque recordaré esta reflexión. Loado seas mi Señor por la hermana creación.

    Responder
  7. Avatar Oscar Ortiz says:
    Hace 6 meses

    P Alfonso Torres, SJ. Soy el hermano y único familiar, cuidador no profesional de mi querida hermana que tiene, ambos, Alzheimer y Parkinson; ambos somos adultos mayores. Su excelente reflexión, P. Alfonso, para mí también las flores olvidadas y que viven solo para Dios, son también TODOS los enfermos, como mi querida hermana. Bellas flores que viven con Dios, en Dios y para Dios. No obstante, solo Dios las disfruta, las cuida y siempre esta con ellas y ellas con El. Porque ya los familiares y amigos, que antes eran sus más allegados, cuando mi hermana tenía salud, ya fue borrada por la familia y amigos como integrante de la sociedad y de la familia. Porque, SOLO DIOS ESTA VIVO EN ESTAS PERSONAS que MUCHOS DE LOS DEMAS humanos ya no ven ni visitan… y ya olvidaron para siempre.. Además, Dios también está conmigo y me da fuerzas, físicas, espirituales…, para poder soportar ver deteriorarse más , cada instante, la bella flor que representa mi hermana en la humanidad creada por Él aunque en los días de a veces 36 o más horas de angustias y emergencias, medicas, que vivimos mi hermana y yo con la ayuda y guía de SOLO DIOS.

    Responder

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