6º Día – San Ignacio el enamorado de la Cruz
† Por la Señal de la Santa Cruz…
Acto de Contrición
Señor Jesucristo, que de Creador has venido a hacerte hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así morir por mis pecados, te pido perdón por todas las ofensas cometidas contra tu Sacratísimo Corazón y te suplico la gracia de alcanzar un crecido e intenso dolor y lágrimas de mis muchos pecados. Amén.
Oración a San Ignacio
Glorioso San Ignacio, que nos diste ejemplo admirable de cumplimiento de la voluntad de Dios, y nos has dejado los santos Ejercicios Espirituales como una herramienta valiosísima para ordenar nuestra vida según el beneplácito divino, te pedimos que intercedas por nosotros y nos alcances la gracia de poder vencer nuestros afectos desordenados y así en todo amar y servir a su divina majestad. Amén.
Día 06 – San Ignacio el enamorado de la Cruz
Búsquese un santo que no se haya enamorado de la Cruz y no se lo encontrará. Sucede que el amor iguala, une, empareja, y si a quien se ama es a un Dios encarnado y crucificado, no se lo puede amar al margen de la Cruz.
El progreso espiritual que había hecho San Ignacio en poco tiempo era notable, porque ni bien salir de Loyola, dirá que “así determinaba de hacer grandes penitencias, no teniendo ya tanto ojo a satisfacer por sus pecados, sino agradar y aplacer a Dios” (Aut. n.14), y entender el sufrimiento -en este caso la penitencia- no sólo como satisfacción de los pecados pasados sino también como una manera de agradar a Dios, es ya haber avanzado bastante en los caminos del espíritu.
Y así, la imitación de Cristo que llevaba adelante férreamente nuestro Santo era, a lo San Pablo, con un “muero cada día” (1Cor 15,31). Moría en su fama, porque no quería ser conocido por nadie; moría en su vanagloria, porque vestía “de saco” y pedía limosna para su subsistencia; moría en sus comodidades porque vivía muy pobremente y se mortificaba mucho y a diario; moría a cualquier seguridad humana, porque esperaba todo de Dios, y podríamos seguir… Y aunque estas cosas se leen e imaginan fácilmente, cualquiera de ellas que nos roce solo un poco, nos causaría una herida sangrante no fácil de cicatrizar.
A esas muertes a diario se le sumaban algunas más extraordinarias, generalmente provocadas por las persecuciones que le asediaban por el bien que hacía a las almas con los Santos Ejercicios. Y así, estando una vez en la cárcel de Salamanca, vino a verle quien sería después el cardenal de Burgos y “Preguntándole familiarmente cómo se hallaba en la prisión y si le pesaba de estar preso, le respondió: «yo responderé lo que respondí hoy a una señora, que decía palabras de compasión por verme preso». Yo le dije: «en esto mostráis que no deseáis de estar presa por amor de Dios. ¿pues tanto mal os paresce que es la prisión? pues yo os digo que no hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más por amor de Dios». (n.69)
En otra oportunidad, por haber ayudado a unas monjas relajadas en Barcelona, uno de los cuales sabía aprovecharse de esos“tratos y conversaciones, y desmedidas pláticas y familiaridades” envió a un esclavo a darle reprimendas a nuestro Santo: “insultóle de palabra y puso en él las manos, pasando a las obras: fueron tales los golpes, bofetadas y azotes con un vergajo de buey hasta no poder más, que lo dejó en tierra por muerto. El Padre Ignacio sin queja alguna, sino alabando al Señor y pidiéndole recibiese aquel trabajo en satisfacción de sus culpas, quedó sin poder articular palabra ni removerse”. Luego de varios días de debatirse entre la vida y la muerte, al sugerirle doña Inés Pascual, una de sus principales bienhechoras, que no volviera a ese convento, respondió: “¿Qué cosa más dulce para él que morir por amor y honra de Jesucristo su Dios, y por su prójimo?”.
Yendo a Roma, ya con varios de sus primeros compañeros y con ciertas incertidumbres sobre el apoyo eclesiástico con que contaría para su incipiente proyecto de una nueva orden -la Compañía de Jesús-, “díjome él, comenta el P. Laínez, que parecía que Dios Padre le imprimía en el corazón estas palabras: «Yo os seré propicio en Roma» ; y no sabiendo nuestro Padre qué quisiesen significar estas palabras, decía: «Yo no sé qué cosa será de nosotros; quizá seremos crucificados en Roma»”. ¡Menuda manera de entender que Dios les sea propicio!; los santos, si en algo sobretodo nos sorprenden, es cómo entienden, viven y sienten la Cruz.
Por supuesto que en los Ejercicios San Ignacio nos lleva decididamente a este amor a la Cruz. Para no alargar este día de novena solo transcribamos el tercer grado de humildad, la cual “es perfectísima… por imitar y parescer más actualmente a Christo nuestro Señor quiero y elijo más probreza con Christo pobre que riqueza, opprobrios con Christo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” [167].
No nos inquietemos sino vivimos aún estos grados y profundidades de amores, pero sepamos cuál es el objetivo y no cejemos en la tarea de avanzar, paso a paso, en pos del Crucificado.
San Ignacio ¡ruega por nosotros!
Petición de la novena
(aquí se hace la petición que se quiere alcanzar en esta novena por intercesión de San Ignacio)
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
Oración final
San Ignacio, que como San Pablo no quisiste saber otra cosa que Jesucristo crucificado, otórganos la gracia de preferir más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo. Amén.
Letanías a San Ignacio
Video de la vida de San Ignacio
¡Ave María y adelante!