COLABORAR

Search
Close this search box.

Cuando la duda habitaba en el cerebro de los progresistas: los verdaderos intolerantes

Más leído esta semana

Reproducimos este escrito de Francesco Borgonovo en el diario italiano La Verità que explica muy bien el cambio táctico del progresismo/globalismo desde un relativismo deconstruccionista a un dogmatismo tiránico:


Antes, los progresistas se enfurecían contra las verdades oficiales, religiosas o burguesas. Hoy imponen nuevas “certezas” y sienten fastidio por la gente que no quiere alinearse. Tachan de “herejes” a quienes no confían en las élites.

Hubo un tiempo en que la duda era la piedra angular de la cultura de izquierdas. Los progresistas -a veces incluso desempeñando una función positiva- arremetían contra todo valor preestablecido, toda verdad oficial, toda certeza. Pretendían, con la poderosa luz de la razón de la que se creían únicos custodios, iluminar todos los recovecos, explorar todos los caminos, especialmente los que se desviaban del camino principal. En un determinado periodo de la historia, la deconstrucción se convirtió en la regla. Se llegó a afirmar que la verdad sencillamente no existía: había que desmontar pieza por pieza cada “relato”, identificar la “genealogía” de cada pensamiento para poder diseccionarlo mejor. La crítica era un martillo con el que desmoronar las certezas burguesas, tradicionales y patriarcales.

Las ideologías de izquierda han revitalizado el antiguo principio alquímico de solve et coagula, es decir, disolver y reunir, descomponer y recomponer. Comienza con la putrefacción y destrucción de la materia, seguida de su refinamiento. Por último, la misma materia -una vez purificada- se reconstruye en una forma considerada espiritualmente “superior”. Superada la etapa de la disolución, parece que nos encontramos en la de la coagulación: destruidas todas las certezas pasadas, es hora de imponer certezas nuevas y “más justas”. Nuevas verdades que, a diferencia de las de antaño (religiosas, comunitarias, etc.), no pueden discutirse bajo ningún concepto. La duda, hoy, está proscrita: es herejía.

Esto ha sido especialmente evidente en los últimos años. No existe una narrativa institucional que pueda analizarse y posiblemente cuestionarse. No hay lugar para el cuestionamiento y la disidencia. La verdad debe manifestarse ahora con toda su fuerza geométrica: es “científica” y, por tanto, incontestable (y viceversa). Poco importa que se trate de Covid, o del clima: desviarse del camino ya trazado no es una opción. La materia desintegrada se ha coagulado en forma de granito, imposible de arañar.

Que alguien lo intente suscita en los maestros del pensamiento una molestia intolerable, cercana incluso al miedo. Ezio Mauro lo mostraba muy bien ayer en Repubblica (diario italiano de izquierda), reflexionando sobre lo que considera el terrible mal de nuestro tiempo: la duda (en concreto, la relativa a la emergencia climática). “La resistencia cultural que amenaza con convertirse en un movimiento transnacional contra el acuerdo verde es en realidad la última manifestación de un fenómeno que recorre todas las democracias occidentales, y que podríamos llamar la Gran Duda”, escribe Mauro. “Un mecanismo que debilita todos los niveles de gobernanza porque inhabilita la capacidad de sistematización de las democracias, ejerciendo el mando y capitalizando el consenso, naturalmente en la distinción entre mayoría y oposición. La opinión pública ya no es capaz de aglutinarse en torno al interés general de la comunidad, ya sea europea, nacional, incluso regional o ciudadana”.

“Después de dar el asalto al cielo,
estas fuerzas se sentaron en el trono”

¿Entiendes? El pueblo, este pueblo desconfiado, duda. Y ya no se les puede imponer nada sin que se atrevan a levantar el dedito. ¿Por qué ocurre esto? La explicación de Mauro es curiosa. “Porque el gran objeto perdido de estos años es el bien común. Ningún sujeto político e institucional se reconoce con autoridad para definir el horizonte general hacia el que avanzar, para indicar las opciones, para bautizar la fase. Es como si el poder -escribe- se hubiera despojado de aquella potencia metafísica que le daba la capacidad de nombrar las cosas y, por tanto, de interpretarlas, representarlas y resolverlas ante el pueblo: un auténtico legado de antigua majestad, obliterado por la rebelión contra las élites, que es la verdadera alma transversal de los populismos de diversa índole”. Extraordinario. La cultura política en la que el buen Ezio se reconoce y de la que es uno de los guías más autorizados, a lo largo de los años, ha demolido rabiosamente toda forma vertical de poder. Aún hoy se opone a naciones, tradiciones, comunidades, religiones. Ha impuesto, por otra parte, una nueva metafísica, una gnosis, una nueva narrativa de la realidad que es completamente artificial. Lo ha hecho por la fuerza, la coacción, el terror y la propaganda.

Bien mirado, la duda que repugna a los progresistas es muy distinta de la duda del pasado. No nace de un deseo de deconstruir, sino que es una especie de reacción inmunitaria al artificio. Es el último vínculo que queda con la realidad.

Si la gente duda, es porque percibe epidérmicamente el engaño. Puede que no sean capaces de describirlo perfectamente, pero lo huelen. Y si desconfían de las élites, no es por hostilidad genérica contra el amo o la jerarquía, sino porque la traición perpetrada por estas élites es demasiado evidente, y su incoherencia está meridianamente clara. Los poderes actuales no derivan su fundamento de los cielos, como ocurría en la antigüedad. Tampoco se legitiman desde abajo (como prometió la izquierda que ocurriría). No, se autolegitiman, se fundan en la opresión: derivan el poder del poder mismo. Son fuerzas infernales que asaltaron el cielo y luego se sentaron en el trono, tras haber engañado a las masas presentándose como “libertadores”.

Sin embargo, el secreto ha salido a la luz. Sobre todo, después del delirio sanitario, los imperios arcanos ya no son tan arcanos. Una parte de la población ha empezado a dudar de nuevo, ya no confía en nada ni en nadie.

También ayer, en La Stampa, Eugenia Tognotti se mostraba sorprendida por el florecimiento de “teorías conspirativas” sobre la muerte de Andrea Purgatori. Pero en realidad no hay nada de qué sorprenderse. Si las élites han hecho de la mentira una regla, si primero han oscurecido todo horizonte moral y luego han impuesto una realidad subvertida, ¿por qué una persona dotada de intelecto debería aceptar sin un murmullo la “versión oficial” de los hechos?

“El delirio sanitario sin embargo,
ha abierto los ojos de la gente, atormentados por las prohibiciones”

Ezio Mauro, por su parte, cree que la falta de confianza es prerrogativa de “las clases atacadas por la crisis que se sienten excluidas, marginadas o incluso sólo injustamente penalizadas, y que ahora han renunciado a todo vínculo de solidaridad y de comunidad, refugiándose en una concepción individual de la ciudadanía limitada a la categoría, al grupo, al interés: y mientras tanto han acumulado una pesada factura de resentimiento privado que no se puede pagar en público, un crédito impolítico que nunca podrán cobrar”.

Según el columnista de Repubblica, estos nuevos rebeldes “no ven en la emergencia el interés general que hay que proteger, sino intereses particulares que hay que regular”. Estos “borran la realidad que nos obliga a afrontar el peligro y niegan que el problema climático exista, como ayer negaron la vacuna o incluso el virus”.

En realidad, la mayoría de la población sufre las “medidas disciplinarias” más o menos sin murmurar, empeñada en el chantaje o la persuasión encubierta. Otros, en cambio, se resisten e intentan desafiar lo que consideran injusto, y por ello son acusados de alta traición. Las cosas son exactamente al revés de lo que describe Mauro: la realidad es sofocada por las supuestas emergencias, negada por las nuevas verdades incontestables bajadas desde arriba. Ante todo esto, la duda es una forma de autodefensa, aunque sea excesiva. Por eso es tan molesta. Ahora que es dominante, la cultura progresista sólo exige obediencia ciega, pronta y absoluta.

Seguir Leyendo

Comments 3

  1. Avatar Maria victoria Cano Roblero says:

    ¿Que haria Jesus en mi lugar?
    Pregunta que nos ayuda a poner a Dios primero en cualquier decisiones a tomar pues El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Oremos para que en estos momentos se nos revele un destello de luz junto con nuestra Madre intercesora hasta su Asuncion a los cielos y ahora sentada a la derecha de su hijo amado y de nosotros tambien. Pon tu mano Madre mia, ponla antes que la mia.

  2. Avatar Jorge says:

    Muy interesante nota. Soy científico y hombre de fe, practicante, y sé que el Espíritu Santo es Luz y discernimiento. Así como el Big Ban puede mostrar la presencia de Dios, Creador , así también la sociedad encontrará que muchos de sus problemas globales son por darle la espalda al Creador , sin distinción de progresistas , fascistas , capitalistas, tercermundistas. Ya lo dice el salmo 94 con los oídos cerrados

  3. Avatar Gloria surgiendo says:

    Excelentes comentarios ….esa es la realidad
    ..voy por por los 65 y créame que no me imaginaba tanta ignorancia tanta idiotez hasta llegar a perder la dignidad y la vida…y te
    ner que vivir y soportar quien sabe hasta cuando. Que Dios y Maria Santísima nos protejan y guíen siempre. Bendiciones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.