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Séptimo día de la Novena de Navidad. 22 de diciembre

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Meditación de San Pío de Pietrelcina

Al comenzar la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener los bienes del cielo; el alma se siente deshacerse completamente ante la presencia de nuestro Dios, que se ha hecho carne por nosotros.

¿Cómo resignarse a no amarlo cada día con nuevo entusiasmo?

Oh, acerquémonos al Niño Jesús con corazón limpio de culpa, que, de este modo, saborearemos lo dulce y suave que es amarlo».

Estate muy cerca de la cuna de este gracioso Niño… Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los reyes magos le dejaron; si amas el humo de los honores, aquí encontrarás el del incienso; y si amas la delicadeza de los sentidos, sentirás el olor de la mirra, que perfuma por entero la santa gruta.

Sé rico de amor hacia este celeste Niño, respetuoso en la actitud que tomes ante él en la oración, y plenamente dichoso al sentir en ti las santas inspiraciones y los afectos de ser enteramente suyo.

Extracto y adaptación de sus cartas

Reflexión teológica

Se dice en Gal 4,4: Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley.

La diferencia entre Cristo y los otros hombres está en esto: Los otros hombres nacen sujetos a la necesidad del tiempo; Cristo, en cambio, como Señor y Creador de todos los tiempos, escogió el tiempo en que había de nacer, lo mismo que eligió la madre y el lugar. Y porque cuanto procede de Dios está perfectamente ordenado (cf. Rom 13,1) y convenientemente dispuesto (cf. Sab 8,1), síguese que Cristo nació en el tiempo más oportuno.

Cristo quiso nacer cuando la luz del día comienza a crecer, para que quedase claro que él había venido para que los hombres se dirigiesen hacia la luz divina, según aquellas palabras de Lc 1,79: Para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Del mismo modo escogió también la crudeza del invierno para nacer, a fin de sufrir por nosotros las penalidades corporales ya desde entonces.

Por aquellos días, en que el mundo entero vivía bajo la autoridad de un solo príncipe (el emperador romano), reinó la mayor paz. Y por eso convenía que en tal época naciese Cristo, que es nuestra paz que hizo de los dos pueblos uno, como se dice en la carta a los Efesios (2,14). Por lo que escribe Jerónimo: Repasemos las antiguas historias, y descubriremos que hasta el año veintiocho de César Augusto imperó la discordia en todo el mundo, y que, una vez nacido el Señor, cesaron todas las guerras, conforme a aquellas palabras de Isaías: “No levantará espada nación contra nación”.

Convenía asimismo que, cuando imperaba un solo príncipe en el mundo, naciese Cristo, que venía a congregar a los suyos en uno, para que hubiese un solo redil y un solo Pastor.

Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica III, q. 35, a.8

Oración de san Juan Pablo II

Señor Jesús, junto con los pastores, nos acercamos al Portal de Belén para contemplarte envuelto en pañales y acostado en el pesebre.

¡Oh Niño de Belén, te adoramos en silencio con María, tu Madre siempre virgen!
¡A ti la gloria y la alabanza por los siglos, divino Salvador del mundo! Amén.

Lecciones